admin octubre 5, 2018
Desde que tengo uso de razón amo la pollera. Es un amor inspirado en mi abuelita quien fue para mí un modelo a seguir, siempre radiante, elegante, de caminar erguido, con sus trenzas negras y largas. Ella creía en vivir con tranquilidad y paz: ”Cuando haces bien, te va bien sin hacer daño a nadie”, decía sabiamente.

Junto a mi abuelo vivía en una casita muy sencilla en Pampahasi. Allí ella hacía todo lo que le gustaba, sembraba y criar cuyes. Para abastecer su tienda, tenía una habitación exclusiva para almacenar papa, chuño, tunta, maíz y haba seca donde me dejaba entrar para jugar a la vendedora y una tiendita de donde me abastecía de dulces para mis recreos. Pese a la fama que tienen las propietarias de las tiendas de barrio, mi abuelita era muy seria, poco conversadora y nada amiguera. Un día a la semana, feriados y a veces fines de semana la iba a visitar y en vacaciones me quedaba allí para hacerles compañía.

Confesiones sobre la tolerancia

La discriminación, mi herencia

Glenda Yañez Quisbert

Desde que tengo uso de razón amo la pollera. Es un amor inspirado en mi abuelita quien fue para mí un modelo a seguir, siempre radiante, elegante, de caminar erguido, con sus trenzas negras y largas. Ella creía en vivir con tranquilidad y paz: ”Cuando haces bien, te va bien sin hacer daño a nadie”, decía sabiamente.

Junto a mi abuelo vivía en una casita muy sencilla en Pampahasi. Allí ella hacía todo lo que le gustaba, sembraba y criar cuyes. Para abastecer su tienda, tenía una habitación exclusiva para almacenar papa, chuño, tunta, maíz y haba seca donde me dejaba entrar para jugar a la vendedora y una tiendita de donde me abastecía de dulces para mis recreos.  Pese a la fama que tienen las propietarias de las tiendas de barrio, mi abuelita era muy seria, poco conversadora y nada amiguera. Un día a la semana, feriados y a veces fines de semana la iba a visitar y en vacaciones me quedaba allí para hacerles compañía.

Así  tuve las enseñanzas y valores que aún practico como la siembra, crianza de animales, valorarización de los productos bolivianos, que no importa que algo esté viejito siempre que esté limpio y sobre todo el respeto hacia los demás.

Algunas veces la acompañaba para hacer las compras que mantenían llena la tienda, pero en el micro o en la calle no faltaba alguien que le decía “esta chola cómo va subir con su bulto”, “estas cholas ocupan todo el campo con su pollera” y muchas cosas desagradables. Al principio me asustaba, pero al crecer yo le preguntaba por qué permitía que la gente le diga eso sin responder algo, y ella, con su sabiduría, siempre contestaba que no hay que responder a ninguna ofensa, que Dios se encargaría de todo, que mientras nosotras no hagamos daño a nadie, no importaba que les moleste su presencia. Me dolía que no se defendiera, me sentía impotente. Hoy entiendo que en esos años  la discriminación hacia la mujer de pollera era común, constante e hiriente, pero de ningún modo justificable.

El amor por la pollera y los flecos siempre estuvo en mí desde pequeña. Me  encantaba vestir de pollera pero mi mamá y mi abuelita decidieron que no debía ser así porque podría  sufrir discriminación, así que sólo en casa podía vestir pollera y usar mantillas.

Cuando cumplí 16 años decidí vestirme de pollera para una fiesta. Ese día pude retomar mis raíces públicamente, pero mi abuelita ya no estaba para verme así y eso es algo que aún me duele. Muchos de mis familiares no lo tomaron bien, ya que ser de vestido trae consigo una forma de status dentro de esta sociedad según ellos y es cierto, pero a medida que pasaban los años lo seguí haciendo cada vez más frecuentemente ya que era una decisión que sólo yo podía tomar. Así  fue el inicio de cómo, por decisión propia, retomé mi herencia.

Con el pasar de los años nació mi primera hija y mi amor por las polleras se fue fortaleciendo, el reencuentro con mi herencia, reconocer mis raíces y mostrar mi cultura para poder transmitirla. Este proceso me llevó a diseñar trajes para la mujer de pollera, de manera tradicional y también estilizados. Luego pasé a fusionar los trajes bolivianos en especial el de la chola paceña con la ropa de vestir para hombres, mujeres, niños y niñas.

Sin embargo, aún sentía que lo que hacía no era suficiente, así que inicié el estudio de modelaje para cholas, donde no sólo enseñamos pasarela sino que creamos un círculo de amistad donde nos apoyamos para mostrar, desde donde estemos, el valor de nuestra identidad. Enseñamos historia de la chola paceña, de dónde viene nuestro traje y la importancia de usarlo porque es importante que sepamos adecuadamente de dónde venimos para saber hacia dónde vamos.

El empoderarnos como mujeres de pollera, con conocimiento de nuestras raíces, con orgullo de nuestra vestimenta es muy importante para cambiar la mirada de extranjeros y de los mismos bolivianos. Mostrar que las cholas pueden lograr llegar a puestos jerárquicos importantes, ser empresarias, emprendedoras, profesionales, exitosas, trabajadoras, luchadoras como un resultado del encuentro con la equidad.

Todo este trabajo me dio muchas satisfacciones como participar en diferentes proyectos artísticos, dar entrevistas a medios extranjeros de México, Canadá y Estados Unidos. Mi presencia fue importante en cadenas como Airfrance o a la BBC de Londres, en revistas de moda en Europa y Estados Unidos. A todos les interesaba saber cómo evolucionó la ropa de la mujer de pollera y cómo sobrellevamos la discriminación, no era sólo moda, el interés iba más allá. Increíblemente los extranjeros llegaban a Bolivia bien informados de nuestra historia y la situación actual de nuestro país en todos los aspectos para hacer sus notas, fueron todas estas experiencias las que me permitieron ver el panorama de cómo somos vistas las mujeres de pollera dentro y fuera de nuestro país: mujeres desarregladas, sucias, sin formación académica, pobres, encasillándonos en los estereotipos de siempre. El reconocimiento a mi labor me llevó a participar de eventos donde era la única mujer de pollera. Fui recibida por con cariño, pero también con molestia.

En el 2010 se decretó la Ley No. 045 Contra el racismo y todo tipo de discriminación que en su artículo 15 establece la  prohibición de restringir el acceso a locales públicos. Si bien algunos quisieron echarme de algunos lugares por estar vestida de pollera ahora no pueden hacerlo, pero siguen las miradas de desprecio y las preguntas incómodas como “¿Estás sirviendo los bocadillos?”, “¿Te contrataron para recibir a los invitados?”, “¿Haces algún espectáculo?”.  También se me acercaron para decirme “Qué asco me da que estés aquí”, “Por qué no te vas y te juntas con las de tu clase” y otras frases que me tocó oír pese a la existencia del artículo 281 del la referida Ley que condena insultos y otras agresiones verbales por motivos racistas o discriminatorios, pero fiel a la enseñanza de mi abuelita sólo me quede callada como ella lo hacía. Aunque sinceramente cuando estoy en la calle las palabras vertidas son más fuertes como “chola de mierda” trato de contenerme, a veces sin tener éxito. A pesar de todos, estoy convencida que la mejor forma de buscar la igualdad y luchar contra la discriminación es invadiendo espacios que se creen exclusivos, siempre con respeto y orgullo.

Compartir, la mejor estrategia

Hablando con amigos y amigas fui viendo que muchos desconocen o tienen una mala versión de nuestras tradiciones y costumbres, lo que influye en su percepción de las mujeres de pollera y provoca que desvaloricen, subestimen,  minimicen, menoscaben, critiquen a la chola y a sus raíces.

Fue esta inquietud que me llevó a escribir un blog, donde cuento mis experiencias en lo cultural, tradiciones, costumbres, moda, etc. Todo desde mi visión como mujer de pollera para que así pueda cambiar la visión que aún existe. Para que como yo, podamos enorgullecernos de nuestra cultura viva, de nuestras raíces y de nuestra gente.

Para mí fue difícil tomar la decisión de hacerme más visible a través de mis trabajos y proyectos, por mis dos hijas y mi hijo. Si bien me siento orgullosa de vestir de pollera, no quise perjudicar a mis wawas, exponiéndolos a ser discriminados por mi herencia. Como fui criada de vestido no estoy todo el tiempo con pollera, así que cuando voy al colegio siempre voy de vestido por temor de cómo reaccione el entorno. Enseñé a mi hija mayor a cuidarse de ciertos comentarios o preguntas que le pudieran hacer, pero en su colegio no tuvimos ningún incidente.

A mis wawas pequeñas, aún no puedo explicarles muchas cosas. Si bien los compañeros de mis wawas nunca les dijeron nada, tuve varios momentos incómodos con algunas mamás, quienes al verme en alguna publicación o publicidad en la que visto de pollera, llegaron a hacerme preguntas incómodas, dejaron de saludarme, hasta insinuarme que “el colegio ya no tiene un buen filtro”, provocando que el temor de que mis wawas sean lastimadas, crezca.

Aun así, sé que estos incidentes ajenos al colegio son pasajeros porque tiene como valores la libertad, igualdad y fraternidad, siendo una condición indispensable el respeto al otro con sus diferencias para vivir en comunidad. Sé que la generación de mis wawas será diferente a la mía, si todos llegan a tener y entender estos valores.

Todas estas formas de discriminación, para muchos imperceptibles, sólo por vestir de pollera, hacen que a veces ya no quiera usarla, porque me lastiman y generan miedo dentro de mí, pese a que ya existen leyes que sancionan la discriminación.

Pero cuando esto me afecta me pregunto, si dejo de vestirme de pollera y niego mi herencia por decisión propia, qué les enseñaré a mis hijos ¿aparentar algo que no son? ¿olvidar sus raíces? ¿avergonzarse de su origen para ser aceptados? Al encontrarme en esta encrucijada entendí por qué mi abuela tomó la decisión de no vestirnos de pollera a mí y a mi madre. Ella no quería que nos lastimaran como ella fue lastimada, ni relegada, por el único hecho de ser chola.

Estoy consciente que en los últimos años hubo cambios importantes en cuanto a la discriminación, se crearon leyes para erradicar esta práctica que fue pasando de generación en generación como una herencia de odio y que con el transcurrir de los años fue perdiendo su poder. Tengo esperanza que las nuevas generaciones puedan aprender a vivir con respeto y paz, en la diversidad que tenemos.

Como cholas también luchamos por la equidad que merecemos todas, pero también igualdad al ser tratadas por las mismas mujeres. Es una doble lucha, con las mismas mujeres para ser reconocidas como iguales y con los hombres en su trato patriarcal que en nosotras está muy enraizado.

Estoy segura que a mi abuelita le hubiera gustado vivir en estos tiempos, ya que la discriminación no es tan hostil como en sus tiempos, pero también sueño que mis wawas puedan crecer y criar a mis nietos en una Bolivia orgullosa de su diversidad, libre de discriminación y con equidad.

 

 

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