¡Ya no soy invisible!
Erika Yarmila Mariaca Peláez
“La ruptura o pérdida de los vínculos con la sociedad se refiere a que si bien las mujeres están presentes en la sociedad y tienen múltiples formas de aporte a la misma, su colocación, posicionamiento y reconocimiento están desvalorizados o se los invisibiliza a través de la naturalización de su supuesta inferioridad, aspecto que se agudiza en su intersección con la condición étnica, cultural, la edad, la orientación sexual, como determinadas adscripciones y per tenencias sociales.” La Situación de la Mujer en Bolivia, Encuesta nacional de discriminación y exclusión social 2014, Coordinadora de la Mujer.
Es importante visibilizar dimensiones diarias y trabajos que no solamente no son reconocidos, sino que además no son valorizados ni tomados en cuenta cuando se habla de economía, productividad y del mundo público.
Una fuerza de trabajo que se reproduce todos los días, que no es remunerada, pero que sostiene el trabajo productivo y la sociedad.
Me refiero a todas las labores domésticas y de cuidado del hogar que realizamos cotidianamente, a las que nunca se hace referencia y que se siguen asociando sólo a las mujeres, perpetuando así la feminización de las ocupaciones.
Curiosamente, el término “economía” tiene sus raíces en la palabra griega oikonomia que significa “gestión del hogar”; parecería así que la disciplina debiera incluir toda la producción que se realiza en los hogares al margen del mercado, pero nunca ha sido así, ni siquiera en sus orígenes (Mujeres y Economía, Cristina Carrasco, 1999).
Termino de leer este argumento junto a Luz (nombre ficticio), una mujer cuya fuerza y empuje se pueden adivinar desde el momento en el que te da la mano, con esa seguridad que proyectan su alma y su semblante. Sus palabras no hacen sino confirmar lo esperado.
“Estaba encerrada y amarrada de manos; aprender costura fue como encender la luz…no soy víctima, soy superviviente, aunque he sido maltratada lo he superado, he adquirido habilidades como el oficio de costura y la tolerancia al fracaso, eso y otras cosas más que he aprendido me sirvieron para salir adelante y estar donde estoy.” “Tengo 36 años y por mi constancia, perseverancia y con mucho esfuerzo, porque no fue fácil, he logrado montar un taller de costura donde realizo buzos que me encargar otras mamás en el colegio de mis hijos o uniformes para otras actividades en mi iglesia.” “A las mujeres que están sufriendo dentro de sus hogares y su pareja: no dejen que el miedo les gane, si pueden soñar, lo pueden lograr, el éxito es la perseverancia”, termina diciendo.
En Bolivia, las mujeres que no continúan o no tienen suficiencia en sus estudios lo hacen por causas externas. La pobreza tiene una incidencia directa: casi la mitad (el 48%) abandona la escuela por factores económicos. La igualdad de oportunidades, los progresos educativos y la profesionalización alcanzados por las mujeres no evitan que las mismas ganen menos que los hombres, que accedan a empleos precarios y que se incremente la desocupación femenina (Mujeres y Economía, Cristina Carrasco, 1999).
Las consecuencias son la invisibilidad y la dependencia económica de las mujeres dentro del hogar, que generan varios tipos de violencia: una de las expresiones que demuestran que la modernidad contiene y se sostiene sobre un orden patriarcal. A pesar de contar con varias leyes que nos amparan, como la 348, Ley Integral para garantizar a las mujeres una vida libre de Violencia (2013), la 243, Ley contra el Acoso y la Violencia Política hacia las Mujeres (2012), y la 263, Ley Integral contra la Trata y Tráfico de Personas (2012), mientras el Estado no cambie su mirada hacia nosotras seguiremos siendo invisibles.
La frecuencia de la violencia contra las mujeres es alta y constituye uno de los problemas más preocupantes de nuestra sociedad. De todas las de mujeres que han sufrido uno u otro tipo de ofensa, el 44% declara haber sido víctima de violencia psicológica, el 36% enfrentó violencia física y el 15% fue víctima de violencia sexual. La pauta económica en el ámbito urbano juega un papel importante en el reconocimiento y en la valorización en las relaciones sociales (Mujeres y Economía, Cristina Carrasco, 1999).
La escritora, profesora y activista Silvia Federici dice: “Un indicador interesante, aunque más cualitativo, para comparar países sería interesante medir cómo el país cuida a su población; éste nos daría elementos de más humanidad que el Producto Interno Bruto (PIB), los indicadores siempre son: cuantas mujeres ahora participan en el mercado laboral, la brecha salarial, cuántas mujeres diputadas, cuántas mujeres técnicas de no sé qué, directivas… Yo nunca he visto indicadores de igualdad que digan cuantos hombres planchan las blusas de sus mujeres o cuantos hombres cuidan a su abuela que tiene alzhéimer. Estos no aparecen como indicadores de igualdad” (Experiencias Económicas de Subversión Feminista, Silvia Federici).
Haciendo un análisis del presupuesto nacional de Bolivia, menos del 1% de los recursos económicos se destinaba a programas de salud reproductiva, a programas de salud integral o a programas específicos para promover el empleo de las mujeres. Se deduce, entonces, que nuestra invisibilidad surge de la presunción de que las políticas económicas son neutrales al género. En cambio, la política feminista, que se opone a este sistema ciego a las necesidades de género, lleva adelante propuestas que permiten visibilizar discriminaciones y disparidades, orienta a los responsales de elaborar políticas públicas y ayuda a transformarlas (Experiencias Económicas de Subversión Feminista, Silvia Federici).
Una forma de reducir esta disparidad es generar empleo para las mujeres fuera del hogar, asegurarles capacitación, apoyo psicológico y educación integral.
Con su mirada firme y transparente, Esperanza (nombre ficticio) afirma que pudo capacitarse y salir del círculo de violencia que la tenía atada en su hogar. Es la cuarta de una familia de 9 hermanos varones y se desahoga: “Soy el sándwich, tuve que atenderlos a todos en mi casa, a los mayores sirviéndoles la comida y a los menores cuidando de ellos”.
“Ahora miro atrás y pienso que no todo fue malo pese al maltrato que recibí de mis hermanos (los mayores), porque, como tenía que hacer todo, aprendí mucho”, baja la mirada y sonríe. “Y cuando me fui a vivir con mi pareja fue lo mismo y peor todavía, en mi casa tenía que cambiar hasta los focos. Ahora, después de dejar a mi pareja, no me ha sido difícil aprender mecánica y electricidad, cuando me enteré del proyecto escogí estos oficios porque no tiene nada que ver con la comida”, se ríe con más fuerza.
“No tengo todavía mi taller propio, pero trabajo a domicilio y no soy esclava de los horarios, el WhatsApp me ayuda mucho, me llaman y me mandan ubicación y puedo nomás llegar. Mi comadre me ayuda en el barrio dando mis referencias y mis compañeras, amigas que hice cuando estudiaba, también. Nos ayudamos entre nosotras y eso me hace sentir más segura y acompañada, ahora soy alguien, ya no soy invisible.”
Gracias a los testimonios positivos y con la ayuda de mecanismos para que desarrollen su total potencial y adquieran herramientas para salir de círculos de violencia a través de su empoderamiento económico, más mujeres se han despojado de esa invisibilidad y se han vuelto protagonistas de la escena social, cultural, económica, política.
“El emprendimiento y en general los procesos de participación en la dinámica económica contribuyen a generar cambios personales porque las mujeres se sienten valoradas, útiles, inteligentes, reconocidas”, dice Martha Laverde, especialista en educación del Banco Mundial.
En Bolivia entre 2015 y 2017 se brindó apoyo socio-emocional y educativo a unas 200 mujeres víctimas de distintos tipos de violencia de 7 municipios, uno de los resultados fue que las mujeres se organizaron y crearon 20 planes de negocios, de los cuales 12 han sido capaces de sostenerse en el tiempo (datos del Censo 2012, Instituto Nacional de Estadística).
“En definitiva, en el contexto de crisis sistémica, las mujeres resuelven la reproducción cotidiana de la vida con la sobreexplotación de su tiempo y su trabajo. Si bien podemos afirmar que esta es una realidad global, que afecta igualmente a la región de América Latina y Caribe (ALC), sus concreciones por países y regiones varían en función de múltiples factores. Y sus impactos en diversos grupos sociales son muy desiguales según la imbricación de opresiones que definen su posición” (Espacios Economicos de Subversión, Silvia Federici).
Mi esperanza es grande, pero no imposible. Gracias a pensadoras como Federici y Carrasco, gracias a políticas nacionales y locales, pero sobre todo gracias a mujeres como Luz y Esperanza podemos seguir el camino hacia un sociedad, tal vez hacia una economía y en futuro hacia una civilización que no asociarán a las mujeres con palabras como invisibilidad, desigualdad y explotación.