El abuso sexual a niñas y adolescentes: una pesadilla de nunca acabar
Vanessa Cruz Gutiérrez
El abuso sexual contra niñas y adolescentes es una de las peores formas de violencia contra la niñez y adolescencia. A pesar de que constituye un problema creciente en el mundo, la mayoría de los casos no son detectados ni denunciados. A diferencia del maltrato físico cuyo diagnóstico depende de la posibilidad de ver las lesiones, la detección de la niña y adolescente que fue o está siendo víctima de abuso sexual depende de escucharla para saber qué pasó. La importancia de escuchar ala niña o adolescente cuando toma la palabra radica en que su descripción frecuentemente es la más importante, poderosa y, en muchas ocasiones, la única evidencia del abuso cometido en su contra. Por ese motivo, es imprescindible prestarles atención, privacidad y escucharlas sin juzgarlas.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de Abuso sexual en niñas y adolescentes?
Cualquier forma de contacto físico con o sin acceso carnal, impuesta a una niña o adolescente, realizado sin violencia o intimidación y sin consentimiento. Puede incluir: penetración vaginal, oral y anal, penetración digital, caricias o proposiciones verbales explícitas.
El abuso sexual no necesariamente es una violación. Puede haber contacto directo, tocamiento de genitales y/o penetración sexual (violación o incesto), pero también se considera abuso la manipulación de la menor o adolescente con fines pornográficos, obligarle a observar actitudes sexuales, así como hablarle sobre temas obscenos cara a cara o a través del teléfono o el Internet.
Las consecuencias del abuso sexual
Si una niña o una adolescente sufren de abuso sexual, el papel de la familia es esencial en la recuperación física y emocional.
La atención que se le ha de proporcionar a la víctima de abuso sexual, no debe únicamente centrarse en el cuidado de sus lesiones físicas, sino debe ser coordinada entre distintos profesionales dándole también atención psicológica, porque sufrirá consecuencias de corto y de largo plazo.
Las consecuencias de la violencia sexual pueden perdurar hasta la edad adulta y pueden afectar a todas las dimensiones y aspectos de la vida de las niñas y adolescentes.
La mayoría de las víctimas de abusos sexuales conocen al autor de dicho abuso. Pueden ser miembros de su familia o de su círculo próximo: parientes, amigos de la familia o cuidadores.
Según el Manual de Prevención del Abuso Sexual Infantil, identifica dos tipo de consecuencias, una a corto plazo y otra a largo plazo.
Consecuencias a corto plazo del abuso sexual
- Físicas: Pesadillas y problemas de sueño, cambios de hábitos de comida, pérdida de control de esfínteres.
- Conductuales: Consumo de drogas y alcohol, fugas, conductas auto lesivas o suicidas, hiperactividad, bajada del rendimiento académico.
- Emocionales: Miedo generalizado, agresividad, culpa y vergüenza, aislamiento, ansiedad, depresión, baja estima, rechazo al propio cuerpo.
- Sexuales: Conocimiento sexual precoz e impropio a su edad, masturbación compulsiva, exhibicionismo, problemas de identidad sexual.
- Sociales: Déficit en habilidades sociales, retraimiento social, conductas antisociales.
Consecuencias a largo plazo del abuso sexual
Existen consecuencias de la vivencia que permanecen o, incluso, pueden agudizarse con el tiempo, hasta llegar a configurar patologías definidas. Por ejemplo:
- Físicas: Dolores crónicos generales, hipocondría o trastornos psicosomáticos, alteraciones del sueño y pesadillas constantes, problemas gastrointestinales, desorden alimentario.
- Conductuales: Intento de suicidio, consumo de drogas y alcohol, trastorno de identidad.
- Emocionales: Depresión, ansiedad, baja estima, dificultad para expresar sentimientos.
- Sexuales: Fobias sexuales, disfunciones sexuales, falta de satisfacción o incapacidad para el orgasmo, alteraciones de la motivación sexual, mayor probabilidad de sufrir violaciones y de entrar en la prostitución, dificultad para establecer relaciones sexuales.
- Sociales: Problemas de relación interpersonal, aislamiento, dificultades de vinculación afectiva con los hijos.
Datos invisibles e insensibles de casos de Abuso sexual
A falta de cifras oficiales sobre un problema tan serio, las 22 instituciones públicas y privadas que integran la red acuden a datos de la Defensoría del Pueblo que señalan que el 83 por ciento de los niños y adolescentes bolivianos han vivido algún tipo de violencia por más de dos veces y el 23 por ciento fue víctima de violencia sexual.
Más duro aún es saber que alrededor de un 80 por ciento de los abusos se producen en el entorno más próximo de los menores (familia, amistades, colegio) y apenas un 10 por ciento es perpetrado por desconocidos, según estimaciones propias de la Red Nacional de Protección de la Niñez y Adolescencia para una Vida Libre de Violencia.
El Abuso sexual: un problema complejo, crítico y de una magnitud alarmante
La violencia sexual contra las niñas y adolescentes puede adoptar muy diversas formas: incesto y abuso sexual, pornografía, prostitución, trata, corrupción y agresiones por otros niños y adolescentes.
Las víctimas de violencia sexual sufren mucho más que una intolerable violación de su integridad física: su salud mental también puede verse afectada y pierden toda confianza en los adultos, las personas que en principio deben protegerles. Con frecuencia, las víctimas se refugian en el silencio al experimentar sentimientos de vergüenza, miedo y culpabilidad. Algunas de estas víctimas son tan jóvenes que ni siquiera son conscientes de lo que les está sucediendo y en numerosas ocasiones, no saben a quién recurrir para pedir ayuda.
Aunque es difícil obtener cifras exactas que muestren la magnitud del problema, el número de casos presentados a los Tribunales relativos a abusos sexuales cometidos en instituciones y ámbitos dedicados al cuidado de los niños no cesa de aumentar. Ninguna institución es inmune. Las instituciones que carecen de las medidas de prevención, protección y vigilancia adecuadas pueden constituirse en contextos propicios para los agresores sexuales. Este riesgo se incrementa especialmente en los casos de niños, niñas y adolescentes con discapacidad, debido a que presentan una vulnerabilidad mayor.
Lamentablemente, la revelación de la violencia por parte de la víctima no siempre pone fin a la misma. Con demasiada frecuencia, los niños también son víctimas de otro tipo de circunstancias relacionadas con la respuesta que los adultos ofrecemos en estos casos: lagunas en la legislación, la falta de coordinación entre los profesionales y dispositivos de atención directa a las niñas, adolescentes y sus familias, o una formación inadecuada de los servicios judiciales, sociales y sanitarios. Esta falta de respuesta unificada, cualificada y coordinada repercute en las víctimas a las que se pretende proteger e interfiere significativamente en su proceso de recuperación. Las víctimas de violencia sexual tienen derecho a recibir un tratamiento psicológico y médico adecuado. Los autores de los actos de violencia sexual no siempre son adultos. Los niños, niñas y adolescentes pueden tener un comportamiento sexualmente nocivo. Sin embargo, los estudios muestran por una parte que los programas de prevención resultan eficaces para disminuir las probabilidades de que este tipo de situaciones se produzcan entre personas menores de edad y, por otra, que si un niño o adolescente agresor recibe el tratamiento adecuado, se reduce también la posibilidad de reincidencia. La mayoría de los niños que cometen actos de violencia han sido o son ellos mismos víctimas de abusos, maltrato infantil o rechazo.
La dimensión y la gravedad de esta forma de violencia ejercida contra la infancia y la adolescencia vuelven sumamente relevante el diseño de políticas públicas que promuevan la prevención, la recolección de datos y la identificación de las víctimas de abuso sexual. Asimismo, son necesarias campañas de sensibilización dirigidas tanto a los niños, niñas y adolescentes, como a los adultos que se desempeñan en los sistemas de protección de derechos, salud, educación, policía, justicia y a la sociedad en general. Sin detección no es posible implementar medidas de protección, ni brindar tratamiento para las víctimas y sus familias. Al mismo tiempo, debemos considerar que el agresor sexual que no reconoce su crimen, que no busca tratamiento, que no es identificado ni recibe sanción alguna representa un riesgo para los niños y para toda la sociedad.
Testimonio de una víctima de abuso sexual
“Hola yo soy Juana, yo fui abusada entre los 4 a 5 años de edad por mi tío, único hermano de mi mamá, más conocido como el hijo de la casa, muy consentido y querido por toda la familia. El vivía en la casa de mis abuelos, tenía unos 14 años de edad. No sé cómo describir todo esto, aún me cuesta trabajo aceptarlo y por más que intente no puedo olvidarlo, a pesar de que el recuerdo es algo borroso al mismo tiempo esta tan presente. Aún tengo pesadillas, pero ya no tan frecuentes,, Vivo en desconfianza total del mundo, no me gusta relacionarme con personas extrañas y qué se puede esperar si ni en mi familia puedo confiar, ¿cómo podría confiar en un extraño? Durante mucho tiempo sentí odio y rencor hacia todo el mundo y hacia mí, me sentí culpable de todo lo que me pasaba, También creí que si no decía nada entonces podría evitarles a mis padres el gran dolor de saber lo que pasaba bajo sus narices. Pero, también me sentía molesta con ellos por no protegerme. Después de unos años mi tío se fue a estudiar al interior del país, así que me quedé tranquila, pero no demasiado, porque no importaba a donde volteara mi vida, todo me traía malos recuerdos. Sólo recordar el baño de la casa de mis abuelos y el cuarto de él me ponían muy mal, porque recordaba cómo aprovechaba que mis abuelos atendían sus tiendas de abarrotes, para él sacarme del baño con mis pantaloncitos abajo y me subía con sus fuertes brazos a su cuarto para hacerme sentir su pene en mi cuerpo, yo toda asustada de ver lo que me hacía me quedaba aterrorizada sin saber qué hacer, con ganas de correr y abrazarla a mi mamá para que no me suelte nunca y me acompañe siempre al baño y nunca me deje a solas con mi tío, para que él no me haga daño y no toque nunca más mi cuerpo con su pene. Me sentía sucia y sentía que si decía algo no me iban a creer porque la persona que me hacía daño era el hijo de la casa, el hijo consentido. Tal vez por ello, siempre fui alejada a mi familia, tenía actitudes de rebeldía en mi manera de vestir, comía lo que quería, no me importaba mi cuerpo, me refugié en el deporte, no podía ni verme en un espejo sentía desprecio por mí. Creí que algo estaba mal en mí y aun lo dudo ya que hasta la fecha sigo llamando la atención de los hombres de modos no correctos; aun sin siquiera provocarlos. Muchas veces quise acabar con mi sufrimiento pero no tuve el valor. Hoy en día tengo 39 años y he comprendido a través de los Cursos y Talleres que pasé donde abordaban la problemática de la violencia sexual, que yo nunca pedí vivir esta pesadilla que cambió el rumbo de mi vida, que muchas cosas no pasaron por mi culpa y que jamás lo será y que si no puedo contar con mi familia puedo contar con aquellos que me demostraron estar conmigo. Aún tengo problemas para relacionarme y salir pero ya no tantos, las pesadillas son menos frecuentes y he aprendido a controlar el estrés y mi ansiedad, sigo siendo algo paranoica y creo sentir ver y escuchar cosas que quizá no estén ahí, pero con los años he podido vivir con eso, la cuestión es darse cuenta de que puede haber un cambio y no rendirse… Sufrí mucho y siempre he estado sola pero no quiero dejarme aplastar aun cuando yo ya no tenga la posibilidad de tener hijos y formar una familia, sé que podré hallar paz en mi interior y vivir bien conmigo misma el día que le diga de frente a mi tío que recuerdo todo lo que me hizo a mis 4 y 5 años de edad, y que ahora me doy cuenta que él nunca quiso a su familia, si hubiese tenido toda la información de las leyes que ahora las tengo, ahorita la vida de él hubiese sido otra, sancionada por la ley, y no la mía, porque yo nunca quise vivir lo que él me obligó a vivir”.