El ritmo de la calle es ajetreado, son las 9 am de la mañana y la gente está pendiente de la llegada doña Julia una mujer de largas trenzas muy bien peinadas. Entre ellos se oye preguntas como
– ¿Será que viene?
– ¿A qué hora llegará? Ayer también salió tarde, últimamente esta llegando algo apurada, dice que su yerno, ya no la quiere traer, porque con la trancadera tarda mucho en salir de estas calles.
Y de repente a unos metros se oye unos pasos acelerados, es una mujer delgada, en su espalda carga un aguayo va, viene entre la calle y la acera, indica que la olla la dejen en su lugar de siempre. Inmediatamente se acomoda y descarga de la espalda el aguayo y los quesillos se muestran grandes y deliciosos dentro un bañador.
- ¿De cuánto caserita? Pregunta ella, para empezar, servir la deliciosa pisara
- De 5 indica la mujer bien vestida y perfumada, por su atuendo da la impresión de haberse escapado de la municipalidad en horarios laborales.
Es normal ver a muchas personas aguardar su platito, que para muchos es la sajra hora más nutritiva, la pisara, plato milenario que nuestros antepasados comían en los altiplanos. La quinua bien tostada, reventada acompañada de unas habas verdes y cola de cebollita bien picada con algunas papas cosidas y su tajada de quesillo acompañada de su llajua es la merienda mas cotizada en las calles céntricas de la ciudad de Cochabamba.
Doña Julia lleva años vendiendo en la acera oeste de la calle 25 de mayo casi Jordán, su olla enorme envuelta entre papeles de periódicos y aguayos acompañada de algunos frascos llenos de llajuas son parte del paisaje matutino de una de las calles más concurridas del centro. Ella es una mujer de pollera, muy agraciada de ojos oscuros, cejas pobladas y sobre todo con una muy buena mano para la cocina. Cuando le preguntan como se prepara ese platillo, ella responde sin celos pero con mucha pasión todo el procedimiento de la pisara, muchas veces los extranjeros se sorprenden de la fila de personas que aguardan su platillo y luego de probar esa merienda se quedan satisfechos comprendiendo del porqué de las filas.
Mamá Julia como le llaman sus caseritos mas antiguos indican que ninguna de las otras vendedoras preparan igual sus pisaras, “tiene otro saborcito su quinua” afirman ellos.
Cuando ella empezó a vender mucha gente no comía la quinua, al pasar de los años la población se enteró de las propiedades de este grano y la demanda aumento. Hoy en día termina hasta dos de esas ollas grandes desde las 9 de la mañana hasta medio día. Cuando le pregunto a mamá Julia desde que hora prepara, me dice que ella se despierta tempranito para poder hacer coser la quinua y moler la llajuita en su batan de piedra.
Alguna vez le pregunte que hacía con las ganancias de sus ventas ella me respondió que se ahorraba para su vejez, que ella no tenia sueldo ni seguro medico como los profesionales y si quería algo tendría que lograrlo con su esfuerzo. Meses después de la cuarentena obligatoria se la veía muy agobiada porque se había gastado gran parte de sus ahorritos y temía contagiarse con esta enfermedad tan cara. Hasta ahora le sigue teniendo miedo al Covid, porque a diario se escucha entre sus clientes los excesivos gastos que implica recuperarse de esta pandemia, ella afirma que las personas como nosotros no tenemos derecho a enfermarnos porque no tenemos un salario y mucho menos un seguro, vivimos del día a día y si un día no trabajamos no comemos…
“Así es el negocio, cuando te dedicas te va bien…o de lo contrario no tienes ni para comer” sostiene su compañera de venta que también aprendió a cocinar la pisara gracias a su abuela materna que en aquel entonces preparaba a leña en ollas de barro.
Te mostramos el menú de las mañanas cochabambinas