“Me obligaron a casarme con él, porque yo no quería. Me tendieron una trampa y me hicieron casar”
“SEÑORA, YO YA NO LE PUEDO DAR MÁS MEDICACIÓN, O ARREGLA SU PROBLEMA O TERMINA EN LA TUMBA, DECIDA USTED”: EL CONSEJO DEL PSIQUIATRA A UNA MUJER LESBIANA MADRE DE CUATRO HIJOS
Bolivia es un país en el que una violación puede solucionarse con el matrimonio del agresor con su víctima. La soberanía del cuerpo de las mujeres aún no tiene espacio en el imaginario social.
Cuando su madre se dio cuenta que le gustaban las mujeres, Claudia tenía 17 años. Guardaba su secreto a rajatabla desde los 15, que fue cuando ella tomó consciencia de su orientación sexual. Estaba consciente de que en ese momento de su vida no contaba con la posibilidad de hacer frente a la sociedad y a su familia porque además de depender de ésta, la invadía el miedo.
Ante las muestras de primer aleteo sobre su orientación sexual, sus padres decidieron poner fin a cualquier posibilidad de vuelo. La casaron. Fue una de las tantas bodas planificadas a conveniencia basada en el capital social que poseía el candidato.
“Me casaron (por lo civil), al año me volvieron a casar por la Iglesia, o sea, pensando mi papá que me iba a enclaustrar así y me quería asegurar así como tú aseguras un pajarito en la jaula y le cierras el candadito y sabes que de ahí no vas a salir. Jamás nadie va a abrir esa jaula”.
El cuento de la familia heterosexual conforme a los mandatos sociales no resistiría mucho tiempo. Para Claudia era imposible sostener tamaña mentira y para su esposo las cosas no resultaban más sencillas, estaba sometido, al igual que muchos hombres, a los mandatos de género que exigen el cumplimiento de roles tanto para mujeres como para hombres.
“No disfrutaba, no era feliz. Yo creo que él tampoco era feliz conmigo. Porque creo que nos hemos encontrado por casualidad de la vida y nos hemos unido en un barco de tormenta, peleas y discusiones, porque cada uno renunció a lo que quería hacer y digamos nos hemos lanzado porque él tenía que mostrar una familia en su casa, yo mostrar una familia en mi casa y los dos nos hemos frustrado”, comenta Claudia con gesto compasivo.
En Bolivia, la Constitución Política del Estado en el artículo 63, parágrafo I otorga el derecho a contraer matrimonio a personas de sexos diferentes. Las personas que conforman la comunidad GLTBIQ no figuran como sujetas de ese derecho. Esta restricción también figura en el Código de Las Familias aprobado el año 2014, en el que se hace mención expresa de los requisitos y condiciones del matrimonio o unión libre en Bolivia. Así, por ejemplo, en el artículo 168, inciso b define que una de las causales de anulación del matrimonio o unión libre es “si no ha sido realizado entre un hombre o una mujer”.
Claudia, como muchas mujeres, intentaba por todos los medios sostener lo insostenible. Se sometía a tratamientos psiquiátricos para, de alguna forma, engañar a su cuerpo y su mente y permanecer quieta en su jaula de oro. No es un caso aislado porque cuando de problemas conyugales se trata, la primera, y muchas veces única, en acudir a terapia es la esposa, según el médico sexólogo Winston Uzín.
“Para mi segundo hijo yo tuve crisis conmigo misma, de frustraciones. Cuando tú dices no soy feliz con la persona con la que tal vez duermes… tienes crisis. Yo ya las tenía para el segundo embarazo. Así que dije no voy a tener más hijos y preparo ya mi salida de esta casa pero ya, sino voy a terminar ahogada. Qué hago, entonces, qué hago”…
El marido se conformaba con responder como una sociedad patriarcal espera: no hacía faltar el dinero para su familia, se la pasaba trabajando fuera del hogar mientras dejaba para Claudia el cuidado de la casa y los hijos, y se servía del débito conyugal (obligación impuesta a la esposa de cumplir con el deseo sexual de su esposo en cuanto él lo requiera y bajo cualquier circunstancia sin importar la predisposición de ella), afortunadamente “sólo cuando estaba borracho” dice la entrevistada con un aire de alivio.
En la actualidad, cuando se trata una denuncia por violencia sexual lo que la víctima debe demostrar es un certificado forense como prueba de la agresión, esto como si se tratara solamente de un aspecto físico.
Valeria Vilaseca, asesora de la presidencia de la Cámara de Diputados, explica que dentro del las reformas del derogado Código del Sistema Penal se había contemplado que “la violación tiene un elemento central que es el consentimiento y es lo que se estaba discutiendo. Se estaba pensando como un elemento, no el único, pero uno de los elementos fundamentales para establecer si es violación o no”. Así el sexo no consentido dentro de la relación matrimonial podía ser castigado con una pena entre 11 y 20 años de cárcel y hasta 30 años tomando en cuenta otros agravantes.
La intención quedó en eso mismo, luego de que sectores de profesionales médicos lograran la derogación del nuevo Código Penal. Por ahora se tiene la ley 348 Para Garantizar a las Mujeres una Vida Libre de Violencia, que incluye en las definiciones la Integridad Sexual que “es el derecho a la seguridad y control sexual del propio cuerpo en el concepto de la autodeterminación sexual. Además contempla como una de las formas de violencia “la agresión sexual cometida hacia la mujer por el cónyuge o ex-cónyuge, conviviente o ex-conviviente”.
La violación sexual dentro del matrimonio, aunque no en esos términos, está contemplada dentro de la Ley que protege a las mujeres en nuestro país. Sin embargo falta que se enraíce en el imaginario social como algo plenamente posible. Según el informe de la Encuesta Nacional sobre Exclusión Social y Discriminación de la Mujer presentado en 2015 por la Coordinadora de la Mujer, el 10.8% de las mujeres en general, aseguró que su primera relación sexual no fue voluntaria.
Claudia estaba enterada de su sometimiento, a diferencia de muchas mujeres que, quizá por ignorancia o por naturalización de la violencia, no reconocen la importancia de soberanía sobre su cuerpo. Ella no experimentaba placer sexual ¿Quién podría hacerlo cuando la obligan? Pero de todas formas “cumplía” con su “rol de esposa”.
“Sí, cuando estaba borracho (me obligaba a tener relaciones coitales) después él viajaba y no me molestaba. Para mí ha sido así como tener (sexo) con la pared digamos, era molesto aguantarle”
Winston Uzin, médico sexólogo reflexiona sobre esa especie de necesidad imperativa que tienen los maridos con sus esposas: están en la misma cama y él tiene disponibilidad de ella, pero ella no quiere por muchos factores: sociales, biológicos, entre éstos si una mujer está, por decir, con su menstruación, tiene miedo, no le gusta que la vean, etc. El otro (dice) no, no, vamos a tener (sexo coital). Basta que ella esté resfriada, tampoco es agradable. Imagínate mujeres que tengan otra enfermedad, que es un número importante de cáncer y tantas cosas, y su pareja las obliga (a tener sexo). Suponte que seas futbolista o voleybolista y te has torcido un dedo, a ver jugá…
Uno de los momentos álgidos en la vida de Claudia sucedió el día en que se enteró que estaba embarazada por tercera vez, pese al DIU (Dispositivo Intrauterino) que portaba. La vida la sorprendió nuevamente cuando se enteró que además esperaba gemelos…
“Para mí sí que fue lo más chocante, teniendo crisis conmigo misma, tomaba demasiadas pastillas antidepresivas que me daban los médicos, pero un día me dice el doctor: sabe qué señora yo ya no le puedo dar más medicación, o arregla su problema o termina en la tumba, una de dos, decida usted”, cuenta.
En Bolivia, cada día se registran 246 embarazos en mujeres de 20 años de edad. Por cada 140 partos en el país, 13 ponen en riesgo la vida de la madre por aborto en condiciones de riesgo, según datos de la Organización Panamericana de la Salud.
Datos de IPAS – Bolivia 2011 dan cuenta de que alrededor de 185 abortos se practicaron en nuestro país cada día. Dando un resultado aproximado de 70 mil abortos en 2010. La cifra ascendió a un aproximado de 200 casos por día según información proporcionada por la ministra de salud, Ariana Campero, en 2017.
Las cifras serían mayores si se tuviera acceso a las innumerables historias similares o peores que la que cuenta Claudia: “yo no quería tenerlos a los gemelos. Fui a un lugar de aborto en la (zona) Garita de Lima conozco y hasta ahora funciona ese espacio, es un lugar tan feo, las paredes son de adobe y el aborto te cuesta 360 bolivianos. Decía no quiero, no quiero tener más hijos, mi decisión sí era tener dos hijos, pero más no. Si era mi tercer embarazo y yo no quería más hijos… caí a ese lugar en el que tú abortas pero no te garantizan salir viva”…
La fila de chicas (entre 16 y 17 años) que se formó detrás de ella la persuadió de continuar con su embarazo pero además pedir la ligadura de trompas para librarse definitivamente de otro embarazo no deseado. “Entonces en ese momento he pensado si ella tiene 16 y yo tengo veintitantos… es una decisión muy jodida de tomar… entonces no pues, me di la vuelta y enfrenté nuevamente mi último embarazo”.
Las últimas recomendaciones al Estado boliviano por parte del Comité Para la Eliminación de Discriminación Contra la Mujer (CEDAW) en 2017, sugieren “modificar las disposiciones legales a fin de despenalizar el aborto y velar porque éste pueda realizarse legal en determinados casos como amenazas a la vida o la salud de las mujeres embarazadas, violación, incesto y defectos graves del feto y garantice la aplicación debida de la sentencia del Tribunal Constitucional por la que se elimina el requisito de la autorización judicial para el acceso al aborto en casos de violación o incesto”.
Pese a ello, el aborto en Bolivia sigue siendo penado con cárcel para la mujer que se someta a éste, excepto en caso de riesgo en la salud de la madre o violación. Empero, existen casos de niñas violadas que quedaron embarazadas y se vieron obligadas a dar a luz a su bebé, porque se les negó la autorización judicial argumentando objeción de conciencia de parte de las y los jueces que atendieron los casos.
El día en que el marido decidió volver a la casa y tener un trabajo estable, Claudia decidió separarse definitivamente de él. Se llevó a sus cuatro hijos y emprendió un camino que se vislumbraba cuesta arriba, como el de muchas mujeres que enfrentan la maternidad totalmente desprovista del apoyo paterno.
No solamente liberó de los barrotes de oro, simbólicamente hablando, que en otro tiempo la circundaban, sino también del peso del juicio social que recaía sobre ella por ser lesbiana y madre de cuatro hijos.
A través de su historia, se puede identificar varios de los elementos que conforman los cimientos del patriarcado y su consecuencia en la vida cotidiana. Pero, además, se puede vislumbrar cómo la vida de una mujer en Bolivia puede desarrollarse totalmente desprovista del ejercicio de sus derechos fundamentales, por eso la historia de Claudia no es la excepción a la regla.
Más de la mitad de las madres indígenas en nuestro país no decidió sobre el número de hijos concebidos, según un informe publicado por la Coordinadora de la Mujer. Cabe preguntarse como sociedad ¿dónde queda el derecho a la autodeterminación de las personas que defiende la Constitución Política del Estado? ¿Qué hay del placer sexual de las mujeres en nuestro país?
Hoy, a sus 34 años, Claudia es una mujer empoderada y dejó atrás la vida que la hacía pedazos para mantener a los demás enteros. Cuenta que de no ser por la ayuda que recibió de personas que fue encontrando en el camino, no hubiera podido lograrlo. Ante todo lo vivido, reflexiona y se atreve a ir aún más allá:
“Lo que pasa es que frustras a tus hijos porque les dices ´has embarazado a una chica ahora te tienes que casar y tienes que cumplir rapidito´. Pero nadie te pregunta ¿Eres feliz? En algún momento yo hubiera querido que mi mamá me pregunte ¿Eres feliz? Eso es algo que la sociedad no te lo pregunta ni, tu mamá ni tu papá o con quien vivas. Es una pregunta que ni tú misma (te la planteas) y si lo haces es cuando han pasado los años, te miras al espejo y dices: ¿Y ahora, qué he hecho de mi vida?”