Diego Fonseca estará en La Paz los días 27, 28 y 29 de abril invitado por la Fundación para el Periodismo para compartir sus experiencias y crónicas con periodistas en dos diferentes sesiones. A continuación transcribimos fragmentos de una entrevista que le realizó la periodista María Espinoza el 2012.
Entrevista al escritor argentino Diego Fonseca
El espacio citadino de South Beach es, en sí mismo, el tema literario, el escenario natural de la imaginación narrativa del escritor argentino Diego Fonseca. Espacio donde transcurren numerosas historias, South Beach se convierte en la materia prima de los sueños y desafíos del hombre moderno, el lugar en el cual convergen diversas raíces culturales, lingüísticas, étnicas, estratos sociales, generaciones diversas, etc. De esta manera, los relatos de esta colección se convierten en el lugar donde las voces —el funcionario corrupto, el vagabundo, la bailarina de cabaré, el héroe, el gordo, el filósofo, las “chiquiviejas” frívolas que se niegan a liberarse de la infancia, etc.— se vuelven independientes para mostrar su propia representación del mundo y para generar espacios de reflexión que revelan un panorama más totalizador y real de la sociedad estadounidense.
Biografía
Diego Fonseca (Argentina, 1970) es periodista y escritor. Estudió periodismo y comunicación en Argentina (ECI-UNC) y tiene un MBA en IE Business School (España) y estudios de posgrado en Georgetown University e INCAE Business School. Es editor asociado de la revista de crónicas Etiqueta Negra y fue editor general de la revista América Economía. Sus textos se han publicado en periódicos y revistas de América Latina y España como SoHo, Expansión, Orsai, BNA, Mercado y La Voz, entre otros.
Es creador y coeditor de Sam no es mi tío: Veinticuatro crónicas migrantes y un sueño americano (Alfaguara, 2012), que reúne la primera antología de no ficción de autores latinos sobre los Estados Unidos. Como ensayista, participó en In the Shadow of the State: The Rule of the Narcos in the Americas (University of Texas, inédito). Es editor del primer libro de crónicas acerca de impacto sobre el desarrollo en América Latina, bajo patrocinio de la Corporación Interamericana de Inversiones (inédito, 2013).
En esta entrevista, Diego Fonseca nos habla de su oficio como escritor y su obra South Beach (2009).
Antes de llegar al terreno de la ficción, fuiste periodista, cronista y editor. ¿Cómo llegaste hasta la ficción? ¿El oficio de escribir te fue arrastrando poco a poco hacia ella? ¿Siempre supiste que querías ser escritor?
Sigo siendo periodista y escribo desde que puedo recordarlo, porque era el modo más simple y solitario de dar un registro a lo que hacemos: pensar en palabras. Comencé a escribir ficción casi al mismo tiempo que periodismo profesional, pero no publiqué hasta hace poco tiempo. El periodismo me absorbía mucho, lo que me dejaba poco tiempo para editar: el segundo momento de la escritura, que para mí es tan importante como el primero. Hasta que no conté con tiempo suficiente para eso —y eso fue mientras vivía en Miami— no pude sentarme a depurar el material más nuevo y mucho del que tenía escrito. Más que el oficio, lo que me lleva a la ficción son ciertas opciones que presenta una historia, ciertas rupturas potenciales de la trama. En el periodismo te ciñes a los hechos y ellos te dibujan los límites de lo posible. Esa frontera no es móvil.
South Beach (2009) es un conjunto de relatos con un registro muy particular: has logrado fusionar el cuento y la crónica tomando lo necesario de uno y otro género para conseguir funcionalidad. ¿Cómo surge la idea de escribir esta obra y cómo la definirías?
Una parte del material venía de mi blog “El gemelo malvado”, que creé en 2008, en Miami, a modo de driving test con lectores y amigos algo del material que tenía escrito y comenzaba a editar. El hilo conductor de South Beach es la imposibilidad de los personajes de taclear sus existencias. El día a día se les escurre —o los amarra, o los ningunea— mientras procuran ser o hacer algo más. Luego están las estrategias de supervivencia de esos personajes, que incluso en sus diálogos internos ejercitan variaciones del “deseo de ser”: no pueden con lo que tienen ni son, pero quieren más. Son blancos móviles, de algún modo, de sí mismos. El nombre reposa también en esa condición primaria de los personajes que mencionaba: en South Beach (el lugar), se juegan unas estrategias de teatralización magníficas, donde puedes pretender que eres quien nunca fuiste o lo que siempre quisiste ser. En cuanto a la hibridación cuento-crónica, como mencioné antes, mi ficción suele partir de mi no-ficción, de la observación. Parece una paradoja, pero no lo es: la realidad es una gran fuente de materia prima para ser poco realistas.
Entrando un poco más a tu libro South Beach: los relatos “Caramelos de Omega 3” y “Una buena y sana sopa de pollo” implican un entorno ‘miamense’. Incluso, por muchos aspectos, me atrevería a clasificar al segundo de estos relatos como un relato costumbrista de Miami. Desde lo personal, ¿qué nos puedes decir de Miami como atmósfera creativa literaria? ¿Crees que Miami puede ser un entorno interesante para crear grandes obras?
Claro, cualquier lugar sirve para elaborar grandes obras: solo precisa de la universalidad de los despelotes humanos. Miami tiene sustancia para construir clásicos porque es un fantástico espacio de contradicción y conflicto. El roce y la fricción de América Latina con Estados Unidos, de las subculturas regionales entre sí, de los emigrados recientes con la comunidad cubana, del vice de los setentas y ochentas y el hiper urbanismo de la última década. Yo en la ciudad hallé tiempo, pausa y tranquilidad para escribir, y temas, como se ve en South Beach.
El lenguaje en tus relatos funciona muy bien: tienes una prosa muy pulcra y ordenada. Te permites, incluso, adaptar términos de ese lenguaje coloquial blended de Miami, sin caer en el pastiche del spanglish. ¿Crees que tu prosa deba algo a tu trabajo como editor? En todo caso, ¿cómo crees que tu trabajo de editor ha influido en tu oficio de escritor?
Por supuesto, hay varios aprendizajes, pero el principal es, para mí, arquitectónico. Cimientos, carpintería y caños, mampostería y terminación, en ese orden. Lo primero que miras como editor es la coherencia general del texto, su verosimilitud, que su lógica operativa sea sólida. Primero trabajo la carpintería de ideas, afino la columna vertebral, y luego entro al detalle. Yo edito mucho, lo cual significa que tiro mucho. Corto mucha grasa, luego voy línea por línea, y trato de ser preciso con las palabras —la mejor posible que puedo conseguir en X momento y N tiempo, aunque igual sé que al final me traicionarán. El tempo, el ritmo del texto, puede que me obligue, a desgano, a prescindir de material que me tomó mucho cincelar: no dudo, lo quito. En general, firmo una especie de autocompromiso de no quitar las fauces del texto hasta que lo considero resuelto. A veces lo logro.