Por Bob Boorstin
Hoy, en el Día Mundial de la Libertad de Prensa, ciudadanos y líderes de todo el mundo nos reunimos en Costa Rica para celebrar los valores que subyacen a las sociedades abiertas y considerar cómo podemos balancear mejor los derechos y responsabilidades en la era de Internet. Este es un debate global, por supuesto, pero América latina está en un punto de inflexión, en el que la región puede elegir abrazar o no el futuro del crecimiento económico y de la libre expresión que es impulsado por las plataformas online.
En el centro de este debate se ubica un concepto simple: ¿Quién es responsable por lo que aparece en los sitios online que conforman lo que llamamos Internet? Cuando alguien crea un video ofensivo y lo sube a YouTube, ¿quién debería soportar la carga?
Cuando un sitio de redes sociales incluye un post falso en una página personal, ¿debe ese sitio ser responsable por lo que aparece? Los grados de libre expresión y de innovación que puedan florecer en Internet dependen en gran medida de cómo respondamos a este tipo de preguntas.
Es muy claro: Internet es una plataforma con un poder sin precedentes para conectar a las personas entre sí y permitirles comunicarse, y acceder al conocimiento. Por primera vez en la historia, prácticamente cualquier persona con acceso a Internet tiene el potencial de conectarse al instante con cientos de millones de personas en todo el mundo. Hoy en día existen casi 2,500 millones de usuarios de Internet y cerca del 10 por ciento vive en América latina.
A medida que estos números crecen, también lo hace la necesidad de redefinir los derechos y responsabilidades en la era digital. Debemos asegurarnos de que los derechos de los ciudadanos estén debidamente protegidos en situaciones en las que sus libertades se vean amenazadas. Debemos escuchar y tener en cuenta a las voces provenientes de todos los ámbitos: ONG que se preocupan por la transparencia, abogados que protegen el derecho a la información, los medios de comunicación, los editores de contenido y los líderes políticos y de gobierno. Y debemos evaluar cualquier nueva regla de forma cuidadosa y abierta antes de arribar a decisiones que repercutirán en las décadas futuras.
En primer lugar, debemos considerar los límites que deben existir, o no, para una nueva forma de concebir la libertad en la era de Internet. Las expectativas sobre seguridad y privacidad, especialmente en los medios digitales, donde todo está potencialmente accesible, aún no han sido definidas. En Google, nos esforzamos para maximizar la seguridad, privacidad y libertad de expresión. No es una tarea fácil, pero encontrar el balance que permita ofrecer las oportunidades a nuestros usuarios y una Internet fuerte y creciente es una cuestión vital para nuestra misión.
En segundo lugar, debemos considerar los tiempos, un elemento crítico. Los expertos coinciden en que la tecnología -y las decisiones relacionadas a ésta, sobre contenido, privacidad y seguridad- está avanzando a una velocidad mucho mayor que toda la legislación producida en el último siglo. Desarrollar nuevas reglas y procedimientos para determinar qué se ha de publicar y qué ha de ser ocultado del público requiere encontrar el adecuado balance entre el derecho a acceder a la información y a escuchar todas las opiniones con los instintos de algunos de censurar puntos de vista con los que no están de acuerdo. Por este motivo, las reglas deben ser lo suficientemente flexibles como para adaptarse a cambios y al mismo tiempo mantenerse firmemente arraigadas en los principios que mantenemos.
Tercero, debemos controlar el alcance de estas decisiones. Decisiones que pudieran restringir o castigar a las plataformas de Internet por la publicación de puntos de vista diferentes podrían tener implicaciones perjudiciales tanto para el mundo virtual como para el offline. Darle a los funcionarios públicos el poder de decisión sobre qué puede ser visto online y qué no es un primer paso que podría atentar contra las sociedades democráticas. No querríamos despertarnos el día de mañana para darnos cuenta que estamos viviendo con las restricciones que nosotros mismos nos impusimos ayer.
Estos factores, entre otros, están señalando una nueva realidad: que la negociación de las reglas del futuro requiere que construyamos un nuevo consenso basado en el conocimiento. América latina tiene la ventaja de emprender esta discusión con un camino recorrido de más de veinte años de Internet funcionando en la región. Esto le permite llegar a establecer una visión de largo plazo basada en una reflexión madura y en experiencia práctica.
No hay duda de que estamos ante un momento histórico, que requiere la adaptación de los valores sobre los que se construyen sociedades progresistas. Hemos visto que una Internet libre y abierta es capaz de grandes logros: ha impulsado la innovación y generado crecimiento económico, le ha dado una voz a quienes previamente no la tenían y oportunidades a aquellos que alguna vez estuvieron aislados. Hoy, en el Día de la Libertad de Prensa, una manera de celebrar el advenimiento de la era digital es asegurándonos que esas libertades y oportunidades se multipliquen.