Trabajadoras sexuales que no encuentran justicia

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Trabajadoras sexuales que no encuentran justicia

El trabajo sexual nunca es justo; siempre es violento e implica frecuentemente explotación; incluso si quien lo ejerce es mayor de edad. Aquí varios testimonios de mujeres que ejercen este oficio.

Claudia Marcela Castillo

Se escucha a muchos decir que hay trabajos decentes y trabajos indecentes. Entre los indecentes está ser trabajadora sexual que, por cierto, es un trabajo muy criticado por la sociedad y por la misma Iglesia, ya que no son consideradas hijas de Dios.

Como lo manifiesta la representante de las trabajadoras sexuales, Paulina Mendoza, muchas mujeres dicen “que entran ahí porque son flojas y no saben hacer nada más que ofrecer sus cuerpos”,  siendo que la realidad de muchas de ellas es diferente y ésta influye para que decidan trabajar en estos lugares.

Hoy en día no podemos decir que sólo las mujeres mayores realizan este oficio, ya que se observa que existen jovencitas, algunas desde los 15 años, que por circunstancias del destino trabajan en el comercio sexual (que siempre implica explotación, violencia y abuso) y a la vez solventan sus estudios.

Se cree que las trabajadoras sexuales son de mente muy abierta, pero en Tarija la realidad es diferente ya que en su mayoría este oficio se ejerce en la clandestinidad puesto que la capital es un pueblo pequeño donde todos se conocen.

“Es muy difícil este trabajo porque estamos expuestas a sufrir violencia en todos los ámbitos laborales, psicológicos”, dice Paulina. Ella cuenta que desde que ejerce como trabajadoras sexual, cuatro de sus compañeras fueron degolladas por sus propias parejas y otras por algunos clientes en los moteles. Hasta el momento estos casos quedaron en el archivo de la Fiscalía ya que por el simple hecho de ser trabajadora sexual no se les respeta sus derechos. Muchas familias ni siquiera realizan el seguimiento a sus casos por vergüenza al qué dirán y los casos están olvidados.

Por ello, para este reportaje visitamos algunos de los lugares donde más es frecuente la presencia de trabajadoras sexuales, entre ellos el Cesar Palace, un lugar  caro que queda ubicado detrás del Penal de Morros Blancos.

El ingreso es feo porque es de piedra, pero cuando se ingresa al lugar da la apariencia de ser una discoteca cualquiera, cuando en realidad es un night club en el que trabajan chicas paraguayas, argentinas, una que otra tarijeña… Todas usan un antifaz por miedo a que las reconozcan.

En el lugar se realiza un show que comienza diariamente a las 12 de la noche. Las chicas bailan en el tubo para hombres; la “pieza” cuesta 500 Bs y contiene una cama. Los cuartos son pequeños pero bien acondicionados.

Antes de eso, las chicas se ocupan de buscar clientes. Se acercan a ellos, le traen un trago y reciben una manilla que va en la mano derecha. Según eso aseguran el porcentaje obtenido cada noche.

Ali es una paraguaya que trabaja hace dos años en el Cesar Palace. Es una morocha que vive cuidando su cuerpo y hasta el momento se encuentra soltera. “No creo en el amor (…) tuve una pareja con quien sufría porque todos los fines de semana tomaba y llegaba a la casa a pegarme. Estuve viviendo un año en Santa Cruz y sin mirar el pasado vine a dar a Tarija. Como no tengo familia, le hice caso a una amiga que me dijo que trabaje y lo hice”.

“Las primeras veces cuesta por que no sabes quién te va tocar, pero como este es un lugar para gente que tiene plata, entonces encuentras lo mejor: entre ellos doctores”. Mis ganancias son buenas, no puedo quejarme: vivo bien y me esfuerzo, ya que si yo me descuido pierdo dinero.

¿Alguna vez tuviste un cliente que sea agresivo contigo? “Al comienzo si porque no conocía como era el trabajo y los primeros te obligan a hacer cosas que no quieres, como hacer un trío en el campo. Esa vez nos fuimos a San Jacinto, pero no me gustó porque mis clientes parecían salvajes del sexo, había ratos que me daba miedo, pero como estaba empezando hasta tenía miedo de que me peguen pues tenía que hacerlo. Esa vez gane solo 50 Bs”.

Haciendo otro de los recorridos encontramos locales que son considerados de remate en los que hay chicas jovencitas, de 18 años, que entran en este oficio porque tienen problemas con sus padres y buscan la mejor forma de ganar plata trabajando en estos locales. Otras simplemente caen por invitación de alguna amiga que las convence de que el trabajo es bueno.

Pasando la circunvalación, en la avenida La Paz, se encuentra el local llamado “El chiquero”, un lugar en el cual se dice que se encuentran “chicas de toda talla y de todo precio”. La entrada es diferente: existen taburetes y sillas con mesas, y alrededor focos rojos. Aquí tomas un trago y eliges qué chica quieres que te acompañe. El precio está entre los 50 a 100 Bs la pieza.

Caramelo es el seudónimo de una de las chicas que trabajan ahí. Ella tiene 20 años y es de Camiri. Estudia turismo, según nos relata. Los primeros años que trabajó en este oficio lo hizo en Camiri, pero sus experiencias no son nada gratas pues el primer cliente que tuvo estaba en estado de ebriedad y la insultaba de la peor forma. “Creo que el cliente sorprendió a su pareja con otra persona; me agarraba y gritaba su nombre pidiendo explicaciones de por qué lo engañó. Yo lo miraba sin saber qué hacer, hasta pensé que estaba loco, pero luego me di cuenta que eran los efectos del alcohol”.

“Después tuve otros clientes que eran obsesionados por el sexo, que vivían viendo películas pornográficas y querían que se les haga lo mismo.  Otros se sacaban el cinturón y te pegaban, para ellos eso es un buen sexo. Lo que quedaba era complacer. Para eso pagan”.

“Ya con el tiempo una no se deja insultar. Yo veo como son y si te tratan bien, pues accedo. Si no, prefiero cambiar con otra colega que esté dispuesta a aguantarlos (…) es que hay muchas historias en las que un mal cliente cobra la vida de una de las compañeras trabajadoras… Al menos eso se escucha a nivel nacional”.

 

Después de escuchar estas historias nos ponemos a pensar que las trabajadoras sexuales son como cualquier mujer madre que quiere sacar a sus hijos adelante. Como lo decía Paulina, su representante: “nosotras somos las mejores psicólogas que existen, ya que en los locales no todo es sexo si no también los clientes van a desahogarse, buscando que alguien los escuche. Nosotras no destruimos familias, las familias ya están destruidas”.

Por lo general, las trabajadoras sexuales ejercen en la clandestinidad y de manera solitaria. Según nos comentan, trabajan para ganar pero también soportan muchas cosas. La necesidad es tan grande que nunca denuncian porque nadie les hace caso y solo les queda aguantar.

“Cuando la gente nos dice son unas putas, no podemos entender cómo pueden venir esos calificativos de las propias mujeres; ellas no conocen las historias de las compañeras ni tampoco lo que tuvimos que pasar para ganar dinero y estar algo estables”, añade Paulina.

Otro de los derechos que las trabajadoras sexuales dicen que es vulnerado es la atención en los centros de salud. “Cuando saben quiénes somos no nos quieren atender, algunas enfermeras nos miran con asco como si fuéramos unos bichos raros”, dice Paulina a tiempo de mencionar que muchas de las compañeras tienen que buscar la atención de manera particular.

“Todas y todos tiene derecho a ser bien atendidos. El trabajo sexual es un trabajo digno; yo considero que ningún trabajo es malo, solo que vivimos en un mundo donde todavía lo peor cae sobre nosotras”, sostiene.

Cuando le preguntamos sobre la violencia que ejercen contra ellas los hombres que contratan sus servicios, Paulina comenta que hay mucha violencia pero que no se denuncia y que está casi naturalizada.

“Si hablamos de violencia, no podemos decir que estos casos tienen justicia. Estamos resignadas a perder a otra compañera porque hasta las propias autoridades se hacen la burla de nosotras y nos obligan a callar”.

Foto Cesar Palace

 

 

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