Foto: Martín Alipaz/ Momento en el que ayudan a Jhonny tras recibir un impacto de bala en la pierna.

Muchos recordarán los acontecimientos suscitados en Octubre del 2003 en Bolivia, que tuvo un saldo lamentable de muertos y heridos que significó el fin del sistema de democracia pactada, que sustentaba la democracia boliviana por más de dos décadas, así como el descrédito de los partidos políticos.

Esta parte de la historia del país está marcada por la sombra de la muerte y el dolor que muchas familias tuvieron que vivir a causa de las malas decisiones asumidas por el entonces presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, entre las personas afectadas y que aún vive en el olvido nos encontramos con Jhonny (nombre ficticio) un joven que terminó sus sueños antes de haber empezado y todo a causa del impacto de una bala. Con lágrimas en los ojos, Jhonny nos relata lo que sucedió en ese tiempo. 

Relato en primera persona

Octubre del 2003, fue el final y un nuevo inicio para mi vida. Quién podría creer que 18 años después volvería a recordar aquellos pasajes oscuros y de dolor que pasamos los bolivianos y que quedarán en la historia como el denominado “Octubre Negro”.

A pesar del tiempo las heridas de mi corazón no han sanado y el dolor se mantiene latente al mirar mis piernas, ya que es muy difícil comprender que cuando eres adolescente o joven no mides las consecuencias de tus actos y como bien dicen “tarde son los pesares”, y esta vez me tocó aprender por las malas.

Muchos deben rememorar  la revuelta social en la que decenas de personas de las ciudades de La Paz y El Alto se movilizaron en contra de las intenciones de exportar el gas a Estados Unidos a través de Chile, hecho que fue reprimido por una acción militar ordenada por el gobernante de entonces, Gonzalo Sánchez de Lozada.

El disturbio duró aproximadamente un mes, desde el 15 de septiembre hasta el 18 de octubre del 2003, cuando Carlos D. Mesa Gisberth fue investido como el nuevo mandatario del país  tras la renuncia de Sánchez de Lozada, que huyó de las movilizaciones de obreros, indígenas y vecinos que buscaban acabar con la cultura de menosprecio que vivieron por años, cambiando de esa manera el mapa político de los grupos de poder tradicionales.

Aún escucho las ráfagas de fuego que quitaron la vida a 60 personas y dejaron a decenas heridas, como tal es mi caso. En la oscuridad busco una respuesta de ¿cómo llegue al medio del conflicto? Sólo puedo decir que luché a lado de mi pueblo por algo que era justo reclamar.

El 12 de octubre de 2003, salí de mi casa con rumbo al colegio como era de costumbre, los enfrentamientos habían comenzado en la ciudad de El Alto, donde la Policía y el Ejército atacaban a las bolivianas y bolivianos que se dieron cita en Senkata, creo que fue el día más cruento de ese año, asimismo, esa jornada se aprestaba a salir un convoy de cisternas llenas de gasolina, denominado «el convoy de la muerte» custodiado por policías, militares y tanquetas de guerra.

El humo de las llantas, maderas y todo lo que se podía quemar ayudaba a esparcir el gas lacrimógeno que era lanzado por las fuerzas del orden y no conformes con esas acciones descargaban sus balas en nuestra humanidad.

Ahí empezó el calvario de mi vida, sentí un fuerte golpe en mi pierna y caí al piso de inmediato, minutos después los compañeros de lucha me sacaban del lugar en brazos para evitar que muera asfixiado. ¡Ayuda, está herido!        ¡Necesitamos un médico!  ¡Parece que es la pierda, hay mucha sangre! Son las primeras palabras que escucho antes de perder el sentido.

Tal vez hubiese sido mejor morir en ese instante, la bala no me mató, pero acabó con mi vida, recuerdo muy vagamente la voz de los galenos y el llanto de mi madre que pedía a gritos que me salven, no entendía lo que pasaba en esos momentos, éramos muchos heridos.

Al lado derecho de mi camilla, había una mujer, que muy suavemente rezaba y pedía a Dios que la salve, porque tenía que llegar a su casa a ver a su pequeña, las lágrimas no dejaban de brotar y correr por sus mejillas hasta perderse en la almohada.

Yo aún estaba en estado de shock, no sabía lo que pasaba, no sentía mi cuerpo, no sentía mi pierna, me dolía hasta las uñas, este fue el momento más oscuro de mi existir, vino el médico y dijo que la bala afectó a muchos tejidos, ligamentos y que era imposible salvar la pierna y lo peor, que no contaban con los equipos necesarios para una intervención, ya que existían muchos heridos.

Un grito me despertó de ese trance, la mujer que estaba a mi lado, falleció sin volver a ver a su hija que seguramente la esperaba en casa. Todo era confuso, los gritos, el llanto de todos los que estábamos en el centro de salud.

octubre 2003

Mi madre decidió llevarme a otro lado para que reciba atención médica de inmediato. Llegamos a la ciudad de La Paz, donde mis familiares habían encontrado un hospital de tercer nivel, las cosas pasaron tan rápido que sólo puedo decir que tengo una pierna.

No sé si fue la mejor decisión que me amputaran uno de los miembros inferiores o que muriera por el impacto de la bala, ya que desde ese día y a mis 15 años, era un verdadero inútil que viviría atado a una muleta sin poder desarrollar mis actividades como un joven normal.

Pasaron los años y cada día que veo mi pierna, los recuerdos me duelen más, nunca pude jugar fútbol o practicar algún deporte, siempre las personas de mi entorno sentían lástima y creo que eso fue lo más duro de todo esto, la lástima de los demás fue uno de los pilares para que yo retara a mi destino.

No fue nada fácil seguir adelante a pesar del apoyo de mi familia, amigos y compañeros de trabajo, pero puedo decir que no me dejé vencer y hoy participo de carreras de autos con una prótesis en la pierna, también formé una familia y tengo mi hijito, que es lo que más me duele, porque cada vez que me ve las preguntas surgen de cómo me hice eso.

No fue nada fácil seguir adelante a pesar del apoyo de mi familia, amigos y compañeros de trabajo, pero puedo decir que no me dejé vencer y hoy participo de carreras de autos con una prótesis en la pierna, también formé una familia y tengo mi hijito, que es lo que más me duele, porque cada vez que me ve las preguntas surgen de cómo me hice eso.

Sé que las movilizaciones sociales de octubre fueron por la suma de la aplicación de ajustes económicos, de lo ocurrido en la llamada “guerra del agua” en Cochabamba, del “impuestazo” al salario decretado en febrero de 2003 que derivó en un enfrentamiento entre policías y militares, pero en ese entonces creo que yo no entendía todo eso con mi corta edad, me llevó más el impulso aventurero.

Foto: Jorge Aliaga / Luto y dolor en familias bolivianas

Estos hechos luctuosos son la expresión del menosprecio de los derechos humanos y el abuso de quienes en vez de cumplir con las demandas legítimas del pueblo, como el rechazo a la exportación de gas sin industrialización, la aplicación de ajustes económicos, de lo ocurrido en la llamada “guerra del agua” en Cochabamba, del “impuestazo” al salario decretado en febrero del 2003, que optaron por usar y abusar del aparato estatal, haciendo el uso irracional del marco legal, así como el disponer del empleo de armamento letal en contra de la población civil para preservar la idea formal de orden, sin importar las consecuencias sobre la protección de bienes superiores invaluables como son las vidas de mujeres, niños, personas adultas mayores y de las personas que ofrendaron sus vidas para evitar mayores injusticias.

Hoy sólo puedo decir que seguí mi vida, pero en oscuridad, me costó mucho salir adelante pero aprendí que “si quieres puedes”, y bueno aprendí de mis errores y ahora sólo me queda mirar adelante por mi familia.

Cronología de los hechos de octubre de 2003

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