Ella cerró sus ojos para siempre la noche del 8 de enero de 2008, no sé qué sintió. Quizá la obscuridad a la que se enfrentó, es la misma de aquellas celdas que le privaron de su libertad en tres oportunidades diferentes, durante las épocas de dictadura que vivió nuestro país.

Mamá rara vez hablaba de esa etapa de su vida, quizá porque inconscientemente quería bloquear aquellos recuerdos. A veces, la veía sumida en sus pensamientos, será que recordaba aquella fatídica noche del 21 de julio de 1968, bajo el gobierno dictatorial del Gral. René Barrientos Ortuño, cuando a las dos de la mañana entraron con violencia a lo que ella consideraba su “santuario inviolable”, su hogar. La sacaron a la fuerza, vociferando que cumplían la ley, buscando material subversivo. Mis abuelos, la acompañaron hasta la Policía, en total serenidad, lo que fue tomado en contra: “está acostumbrada a los allanamientos” decían los captores. Aquella noche, ya no volvió con los suyos.

Ahora entiendo de dónde sale mi intolerancia al abuso y atropellos, ahora sé por qué me quiebro ante cualquier injusticia social. Aquella fría noche de invierno, mi madre fue apresada solo porque en su calidad de dirigente universitaria, llevó pan y consuelo a Catavi, sostuvo en sus brazos niños que lloraban la muerte de sus padres, la triste Noche de San Juan.

Mi madre tenía amigos contados con los dedos de las manos, Carlos “Chino” Decker Molina era uno de ellos. Cuándo le pedí que escribiera algo sobre Ni –así la llamaba él- nunca imaginé que su texto nos removiera tanto, a mi como hija y a él como compañero de lucha.

Ni cayó presa. No lo digo con dramatismo porque en aquel entonces todos caíamos presos alguna vez. Era una juventud rebelde, antimperialista, socialista o comunista.

Cómo no nos iban a meter presos si gobernaban los militares elegidos con trampa o apernados al poder a través de las armas y eran poderosamente anti-mayorías y enteramente reaccionarios.

Cuando Ni fue apresada, en mi calidad de director de Radio Universidad, fui a hablar con el Gral. Pedro Selim, si mal no acuerdo, pidiendo alguna explicación, además exigiendo su libertad y la de los otros compañeros.

Los vientos represores soplaban fuerte y su azote se sentía en el cuerpo de su juventud.

Las masacres de obreros ya no extrañaban. La de la Hilbo, la San Juan, éste última fue cuando detuvieron a Ni y a otros”.

Cada vez que visito su tumba, me la imagino ahí sola, en total obscuridad. Esa soledad que sentía cuando sumida en sus celdas le hacía meditar sobre su situación, ¿en calidad de qué estoy?, se preguntaba, le decían detenida política, aunque el trato era como una vulgar delincuente. Cuánta tortura psicológica recibió, cuanto maltrato e incertidumbre. Al tercer día de encierro, irrumpieron en su celda, los carceleros la obligaron a salir de madrugada, la subieron a un bus lleno de universitarios y dirigentes políticos, ella la única mujer; el destino era incierto, lo único que sabía era que los sacaban de Oruro.

Cuando era niña y emprendíamos viajes al interior, a mi mamá no le gustaba viajar de noche. Seguramente, las luces en la carretera en medio del negro lúgubre de la noche, le transportaban a esos traslados intempestivos que vivió. Así llegó hasta La Paz, el reloj marcaba las 02:00 de la mañana, cuando la hoyada inconfundible se dejaba ver cuán nido de luciérnagas; los detenidos políticos estaban en la ciudad del Illimani.

Nuevamente la incertidumbre, estaban en las puertas de la D.I.C., un lugar frío y lúgubre. Otra vez la soledad de una celda, aunque ella me dijo alguna vez que su compañera en aquella improvisada prisión, era la Libertad que se encontraba agazapada, tiritando de frio y temblando de impotencia. Yo solo atiné a coger su cuerpo flagelado y apretarlo contra mi pecho que se resistía a sollozar  -me dijo- . En mi inocencia de niña, yo me imaginaba a una señora que estaba con ella, ahora sé que la Libertad está en nosotros, en nuestras voces, en nuestros actos.

En mi casa, el cigarrillo no era aceptado; casi nunca vi a mi madre fumar y si lo hacía, yo sabía que tenía algún problema. Quizá el cigarro era su confidente en momentos de tristeza y soledad, así como una cajetilla roja de L&M que ella consideró el mejor regalo que recibió de manos de los ejecutivos de la Confederación Universitaria Boliviana, cuando la visitaron para informarle que su libertad era casi un hecho que su valiente madre – mi abuela Carmen Rosa- se había declarado en huelga de hambre en instalaciones del Paraninfo Universitario en la U.T.O., exigiendo el cesé de su injusto apresamiento ante el incumplimiento del fallo del máximo tribunal de justicia que declaró procedente el recurso de Habeas Corpus interpuesto por mi abuelo Benedicto, abogado de profesión.

El Chino Decker, en su calidad de periodista y director de Radio Universitaria, entró al Habeas Corpus y relató lo siguiente:

“Aquel atribulado padre de Ni dijo un discurso que no olvido nunca. Se lamentó de haber contribuido a la educación de su hija, se declaró culpable por haber instado a su hija a leer libros, se apesadumbró por haber conducido a su hija por el sendero de la justicia social. Finalmente se declaró culpable y exigió la libertad de su hija.”

Una hora después de volver a su encierro, el ruido del oxidado candado, sonó. La puerta desvencijada de su carceleta se abrió, la llevaron a la oficina del jefe de la D.I.C., allá se encontró con el Decano de la Facultad de Derecho, un eterno abrazo los unió ante los flashes de las cámaras de los fotógrafos. ¡Señores están en libertad!, dijo el funcionario policial con aguda voz, no sin antes de recibir una serie de amenazas y recomendaciones para coartarles cualquier actividad dirigencial.

Esta experiencia de vida, sería solo el comienzo, su segunda y más dura detención se produjo cuatro años más tarde, bajo la dictadura del Gral. Hugo Banzer Suarez.

Una de las calles más concurridas en la ciudad de Oruro por estar a media cuadra de la Plaza principal, es la calle La Plata y Adolfo Mier; cuantas veces no habré recorrido sus aceras, sin saber que eran mudas testigos de esta historia. Precisamente en esa calle, vivía mi mamá con mis abuelos y mis dos tías, una de ellas en estado de gravidez. El calendario marcaba viernes 17 de marzo, como siempre mientras la ciudad duerme, los “tiras” hacían su trabajo.

Nuevamente golpes, improperios y amenazas, la buscaban a ella. Mi tía María Elena -me cuenta- que cuando vio invadida su casa, logró divisar varios documentos que mi madre los tenía sobre un viejo piano, era su Tesis de Grado, entonces ella se acercó lentamente y ocultó los papeles dentro su bata de embarazo. De haberlo encontrado seguro sería confiscado y utilizado en su contra, el tema de ese trabajo intelectual tenía relación con la mujer, democracia y dictadura.

Después de dos largos días, metida en una celda en un sub suelo de la Policía en Oruro, totalmente incomunicada, encapuchada y a media noche la trasladaron directamente hasta La Paz, esta vez habían otras mujeres con ella.

La ciudad de La Paz que me abrió sus puertas hace 30 años, fue la misma que le cerró a mi madre,  -una vez más- las puertas de su libertad hace cinco décadas, quizá por esa razón ella nunca quiso mudarse a vivir aquí.

Durante muchos años, mi mamá no entraba a los ascensores. “me falta aire, me desespero”, me decía. Después supe que sufría silenciosamente de claustrofobia, consecuencia de los encierros, de pasar días en total obscuridad y de ser encapuchada cada vez que las trasladaban de un lugar a otro para que mis familiares, no la puedan ubicar.

Una semana duró en celdas de la Policía, ahora no hablaba con las paredes -como la primera vez- , ahora el humo de un cigarrillo rancio, era compartido. La soledad se transformó en compañerismo y hasta complicidad, aunque el frio seguía siendo el mismo.

Mamá, mamá! la llamaba con insistencia cuando era niña, ella tardaba en reaccionar porque no escuchaba de su oído izquierdo, esto tenía una razón.

Diga su nombre, ordenaba el jefe de la D.I.C. en un patio sucio y frio. ¡Ninoschka! respondía en voz alta. Dije su nombre, insistía el eventual inquisidor. ¡Ninoschka! volvía a responder. Su nombre, ¡carajo! Ninoschka, ¡carajo! Y un fuerte golpe le llegó en la parte izquierda del rostro, de ahí venía la sordera, el sopapo le destrozó el tímpano. Su nombre siempre le causó problemas no solo por el origen y la pronunciación, sino porque creían que era su sobrenombre de guerra.

En la Plaza Líbano, en la popular zona de “San Pedro” y en medio de residencias familiares, se encontraba una de las “Casas de Seguridad” en la que ella estuvo; las ventanas clausuradas con maderas era su paisaje diario, la mala alimentación y humillaciones eran el común denominador. Muchas veces tuvo que congraciarse con los “tiras” para que le permitan tomar unos rayitos de sol.  Así transcurrían los días, las semanas hasta que la trasladaron al “Centro de Reclusión Política y de tortura de Achocalla”

Achocalla, es una localidad del municipio del mismo nombre colindante con la ciudad de La Paz, lugar de recreación y de visitas de fin de semana. Ese turístico lugar fue el escenario de las vejaciones más duras que vivió mi madre, plantones a las cinco de la mañana, torturas sicológicas y físicas. Debe ser muy duro vivir simulacros de fusilamiento: “esta noche serán fusiladas las presas políticas”, vociferaban los carceleros a media noche.

El viaje desde Oruro a La Paz, dura aproximadamente tres horas, mis abuelos hacían ese tramo por lo menos dos veces por semana cuando la carretera era de tierra y el viaje duraba el doble de tiempo. Todo ese sacrificio de padres, junto con familiares de los demás presos políticos, logró que ubicaran su paradero.

En todos mis años de vida, solo recibí una carta de mi madre, fue hace 18 años cuando yo vivía en España, es por eso que ver su letra plasmada en esta misiva que le mandó a mi abuelo desde su encierro, me conmueve no solo por el contenido, sino porque pese a la adversidad su letra y redacción siempre fueron impecables.

“Esta perra había estado preñada”, fue la reacción de los carceleros cuando el embarazo de mi madre era evidente. Mientras tanto, mi abuelo que tuvo que quedarse en La Paz, gestionaba –una vez más- su libertad.  Nunca sabré  -les adelanté que mi madre evitaba hablar de este tema-  si su embarazo fue el motivo para que un 6 de junio de 1972 después de dos meses y 20 días de detención y de firmar un documento de alcances especiales, le dieran su libertad.

José es el nombre del hijo mayor, hermano que no llegué a conocer. Nació un 26 de octubre pero por las torturas, las condiciones infrahumanas en las que se encontraba, además de la mala alimentación, los plantones de madrugada, la tensión y el encierro Su primogénito, murió horas después de nacer por lesiones congénitas. Según el médico, mi madre en su cautiverio probablemente, había sido drogada.

La vida no le volvió a darle a mi madre la posibilidad de engendrar un hijo varón, pero si le dio el privilegio de tener tres nietos hombres a los que amó y cuidó hasta su último soplo de vida.

¿Dónde vamos mamá?, fue mi pregunta al ver maletas. Vamos de vacaciones familiares, me dijo. Nos subimos al tren hacia Villazón mis padres, hermana y abuelo. Yo tenía 5 años, corría el año 1978. Aún guardo recuerdos de la tercera y última detención que sufrió mi madre, esta vez junto a mi familia.

Debe ser difícil vivir en constante asedio, acoso y discriminación que no solo la privaba de tener una vida social, sino que era un impedimento profesional, una especie de muerte civil.

Mamá tenía una mirada penetrante y un carácter fuerte, la vida se encargó de curtirla, su seriedad era evidente, hasta que no la conocías, le tenías “miedo”. Y ese debió haber sido pecado cuando llegamos al “Paso Migratorio” para cruzar hacia La Quiaca- Argentina. Ella cruzó una mirada con el responsable de controlar la frontera, ambos se identificaron en silencio y después de algunos papeleos, le dijo: “Está detenida, junto con su familia”. Se trataba de un agente de seguridad que había sido su carcelero en Achocalla.

Bolivia vivía una época de inestabilidad política y mientras el humo del tren se perdía entre Oruro y Villazón, mi país sufría un Golpe de Estado a la cabeza del militar Alberto Natuch Busch. Cuatro horas duró nuestra detención, recuerdo que mi madre decía: “aprésame a mí, si tienes alguna prueba pero con mi familia no te metas”. Se me viene como un flash ver a  mi papá llevarnos en medio de un frio y ventarrón a buscar un fotógrafo. Mientras tanto, mi abuelo y mamá estaban en una celda con paredes verdes con una tenue luz que venía de un foco colgado artesanalmente. Después de simular el envío de telegramas y hacer “cruce de información”, el capricho de aquel triste personaje, terminó. Dejándonos continuar con nuestro viaje.

Carlos Decker Molina, terminó su homenaje a mi madre con lo siguiente:

Ni, ha sido una precursora de la liberación de la mujer. Eran tiempos que la ideología nos igualaba, por eso no se hablaba de feminismo, sin embargo, se ocultaba el machismo. Ni nunca dejó que la doblegaran, siempre peleó por el sitio que la correspondía, luchó por su espacio. Y, a veces, a carajazo limpio.

Cómo no voy a recordar a la camarada con la que pintarrajeamos los muros de Oruro haciendo propaganda política. Escapando de la policía. Terminábamos con nuestros tarros de pintura y nuestras brochas en el Garcia Moro Club donde apurábamos la última cerveza.

Cómo no voy a recordar a Ni tocando zampoñas en el Nayhama de La Paz donde fuimos invitados.

Cómo no voy a recodarla discutiendo la hermenéutica jurídica, los agravantes o hablando del valor agregado y la plusvalía.”

Así era mi madre, una mujer de lucha, una mujer que me enseñó a hablar fuerte, me inculcó el valor de la libertad y de vivir en democracia. Así fue Ninoschka Liendo Ocampo, una mujer progresista -como ella se definió- en 1968 después de su primera liberación.

Gracias Mamá!

Familia Liendo Ocampo. Primera de la derecha, Ninoschka

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