“Alfredo Jáuregui / hombre inocente / has descubierto / tu pecho blanco / para la muerte”
El reloj marcó las nueve en punto y, al hacerlo, se convirtió en la señal que el pelotón necesitaba para disparar ocho proyectiles que se instalarían en su cuerpo, cegándole la vida. Así, el 5 de noviembre de 1927, en “los Altos de La Paz”, tras su fusilamiento, la memoria y el recuerdo de Alfredo quedarían incorporados no solo al folklore, como señala un fragmento del libro de Mariano Baptista Gumucio, La muerte de Pando y el fusilamiento de Jáuregui, sino también permanecerían durante décadas en el imaginario colectivo. La tradición oral hizo lo suyo, dando a conocer este suceso de manera subterránea, una versión muy distinta a la que señalaba la historia oficial.
Su rostro fue por años parte de la decoración de bares, peluquerías y tiendas de barrio. Su nombre ha sido inspiración de coplas y de frases sobre la injusticia. Sí, fue un mártir del sistema judicial boliviano, aunque en su momento se haya creído lo contrario. Su tumba, ubicada en el cementerio general de la ciudad de La Paz, sigue siendo una de las más visitadas por la población pues, junto a los mitos que se han construido respecto a su cruenta muerte, se le han atribuido curaciones milagrosas, apariciones y hasta maldiciones.
La muerte de José Manuel Pando y como consecuencia el fusilamiento público del menor de los hermanos Jáuregui, son dos hechos históricos protagonistas de un rompecabezas con piezas faltantes. Los hilos de las marionetas de estos sucesos se movieron, durante los diez años del proceso judicial y, con la prensa de la época como cómplice, bajo intereses tanto políticos como económicos que, finalmente, tejerían una historia conveniente, llena de conspiraciones y corrupción que tendría como resultado un ya conocido y trágico final.
En 2011 Baptista Gumucio, tras una ardua investigación, develaría la verdadera causa de la muerte de J.M. Pando. Con esta revelación se terminó por comprender el comportamiento jurídico de aquellos tiempos y cómo ese comportamiento, de algún modo u otro, sigue afectando y repercutiendo en la justicia boliviana de la actualidad.
Bolivia siendo Bolivia desde tiempos inmemoriales.
LA MUERTE DE PANDO
Gral. José Manuel Pando
Fotografía extraída del libro «La muerte de Pando y el fusilamiento de Jáuregui», de Mariano Baptista G.
“Lo mejor que le pudo pasar a Pando fue morirse”, señala el periodista Mario Espinoza cuando se le pregunta si el deceso del expresidente de la entonces república conmocionó de manera real. Y es que el hallazgo de su cuerpo sin vida fue motivo para que su imagen sea realzada a lo largo y ancho del territorio boliviano. Al respecto, el escritor e historiador Mariano Baptista Gumucio, asegura que J.M. Pando es: “una de las figuras más interesantes de la historia de Bolivia y más amadas de su tiempo”. Tal vez eso pueda responder por qué su muerte, y todo lo que la rodeó, fue motivo de debate y especulación durante décadas.
El expresidente nació el 27 de diciembre de 1848 en Luribay, La Paz. Estudió medicina sin llegar a concluir los estudios, que finalmente abandonó para incorporarse a la acción política y para dedicarse íntegramente a la vida militar. Participó de la Guerra del Pacífico, donde fue herido en la batalla del Alto de la Alianza. Se afilió al Partido Liberal del que, poco después, se convertiría en jefe. En 1898 se puso al frente de la revolución federal contra los conservadores, para lo que estableció una alianza con el Cacique Pablo Zárate Willka, con quien lograría el triunfo de su partido. Ese mismo año, la convención reunida en Oruro lo eligió presidente constitucional para el periodo 1899-1904. Durante su mandato tuvo que hacer frente a la cuestión del Acre, una región cuya posesión provocó dos guerras con Brasil (1899-1900 y 1902-1903), en las que Bolivia resultó derrotada. Luego de que Ismael Montes se convierta en su sucesor en la presidencia del país, Pando abandonó las filas del Partido Liberal para fundar en 1915 el Partido Republicano.
El 21 de junio de 1917, el periódico La Razón publicaba: ¡Gloria a Pando!, como titular principal, haciendo referencia al deceso del expresidente. El Hombre Libre, por su parte, exponía:
Aparece desbarrancado en las cercanías de Kenko. Cinco días a la intemperie. Reconstrucción verosímil de la desgracia. Contradicciones que rodean de misterio el suceso. Una fatal conmoción cerebral. Inmenso pesar en el país. La autopsia, los funerales, las honras fúnebres. Completa información del hecho.
Titular de La Razón del 21 de junio de 1917 que anunciaba la muerte del Gral.
La información sobre el día de la muerte de Pando varía. Algunos medios y libros sostienen que fue el viernes 15, otros que fue el domingo 17.
El libro de Luis S. Crespo José Manuel Pando señala lo siguiente:
El jueves 14 de junio de 1917, Pando salió de viaje de su hacienda en Luribay y se dirigió a la ciudad de La Paz con el objetivo de apadrinar una boda. Pasó por la capital de Luribay y por los pueblos de Caracoto y Sapahaqui con la intención, según las personas con quienes se comunicó, de pernoctar en la Ventilla el viernes para estar en La Paz al día siguiente temprano. Pero está acreditado que el viernes avanzó hasta el Kenko, donde horas seis de la tarde, se asomó a uno de los tenduchos que existen allí. El sábado 16 fue entregado en la policía de La Paz un caballo blanco enjaezado. Hechas las investigaciones del caso, se vino a saber que ese animal era el mismo en que el General había salido de Luribay. Inmediatamente se dispuso que salieran cuadrillas de exploradores a buscarlo. El miércoles 20 de junio, una de estas cuadrillas encontró el cadáver en un abra de la barranquería denominada Huchincalla, situada en los comienzos de la quebrada de Achocalla, a pocos kilómetros del Kenko. Encontrado el cuerpo sin vida se requirió la presencia de los jueces respectivos para la organización del sumario, ese mismo día a horas 13:00.
El periódico El Tiempo, el 20 de junio de 1917, titulaba esta noticia de la siguiente forma: ¿Crimen?, y luego agregaba: por lo pronto no se ha podido averiguar quién es el dueño de este caballo. La montura tiene las iniciales J.P, haciendo referencia al caballo entregado por el indígena Francisco Quispe el sábado 16, que describe Crespo y que luego se descubriría era el caballo del General. Irónicamente ese mismo día se encontraría el cadáver de José Manuel Pando en un barranco de 30 metros de altura entre las zonas de El Kenko y Achocalla.
Una vez hallado el cuerpo del expresidente, se pudo evidenciar que contaba consigo todas sus pertenencias, como ser: dos anillos de alto valor, dos relojes de bolsillo, cartera y pañuelos. Es decir que durante todo el proceso (los cinco supuestos días en los que estuvo a la intemperie) no hubo detalles de robo.
Pero entonces ¿Qué sucedió exactamente?
“Durante mucho tiempo se creyó que Pando murió a causa de los golpes que le dieron, pero Alfredo era inocente”, explica Baptista Gumucio.
El capítulo estaba abierto y lo primero que se observó fue una pregunta que realizó el periódico El Diario en la edición del 26 de junio de 1917:
¿Se trata por fin de un crimen?
LA AUTOPSIA
Como en toda historia, existen minutos y personajes fatídicos que se convierten en piezas clave para comprender un hecho en su totalidad. Para Baptista Gumucio uno de ellos es, sin duda, Gabino Villanueva, el médico que estaba a la cabeza de la comisión que realizaría la autopsia del expresidente.
Tomás Pabón, secretario de Partido donde se tramitó el juicio, hizo una compilación de varias de las audiencias en el libro de su autoría El proceso de Pando. En la primera parte se puede leer las determinaciones de la primera autopsia, la que a su vez en su tercer punto señala lo siguiente:
- TERCERO.- Que las otras heridas superficiales del cuerpo, y así como la serie de fracturas de costales y esternales , con atrición y herida de los órganos toráxicos, fueron producidos después de la muerte, o sea en estado cadavérico, es decir son heridas – y aquí señala con mayúsculas y negrilla – POST MORTEM
A la finalización de la primera autopsia que -dicho sea de paso- se realizó al aire libre en El Kenko, y duró tres horas, se hizo la presentación del informe final. Los seis facultativos, con Villanueva a la cabeza, hallaron de acuerdo declarar que UNA VIOLENTA CONMOCIÓN CEREBRAL, debido a la caída, causó la muerte instantánea del Gral. José Manuel Pando.
Autopsia al cuerpo del expresidente Pando
Fotografía extraída del libro «La muerte de Pando y el fusilamiento de Jáuregui», de Mariano Baptista G.
“Bautista Saavedra se reunió con Gabino Villanueva, fue él quien lo convenció de cambiar la autopsia”, señala Baptista Gumucio. Y, efectivamente, en la segunda autopsia realizada, dirigida también por Villanueva, el informe final determinó que la causa de la muerte fue la serie de traumatismos en distintas regiones del cuerpo a causa de “los golpes propiciados”.
¿CRIMEN?
Conjeturas e hipótesis. Necesidad de una investigación amplia. Manchas de sangre que han sido últimamente encontradas. La acción de la justicia.
Así abría El Diario su edición del 26 de junio de 1917, de cierto modo, dejando en la nebulosa una incógnita que al principio parecía ser una cuestión morbosa, pero que luego iría cobrando fuerza, a medida que se tejía la teoría de la conspiración del supuesto asesinato.
Fueron puesto bajo prisión los hermanos Juan y Alfredo Jáuregui, además de la madre, Dolores, a causa de un artículo periodístico publicado por El Diario que señalaba que, posiblemente, Pando habría estado con esta familia lugareña de El Kenko, en la última noche de su vida. A razón de esta publicación, el juez, probablemente como consecuencia de esa información, pidió la detención de los tres -además de otros familiares- para la toma de sus declaraciones, nunca más serían soltados y permanecerían privados de libertad durante 10 años, hasta el fusilamiento de Alfredo.
Pero ¿cuál era la relación de los Jáuregui con Pando? Según Baptista Gumucio “Se conocían hacía muchos años, desde la época de la Revolución Federal”. Néstor Villegas (uno de los supuestos culpables y tío de los Jáuregui) era el compadre de Pando, pues el hijo de éste fue padrino del hijo de Villegas.
En La muerte de Pando y fusilamiento de Jáuregui, Baptista Gumucio señala: Una hilera de testigos desfiló ante el juez Rodolfo Rivadeneira y finalmente el dictamen del 4 de junio de 1919, causó sensación en la opinión pública y profundo desagrado en la oposición liderizada por Bautista Saavedra, pues para la justicia no había existido crimen. Los acusados fueron absueltos. Tal dictamen se basaba en la primera autopsia, suscrita por varios médicos.
No obstante, la presión que ejercía Bautista Saavedra a través de la prensa y sus diputados obligaron a reabrir el caso. Después de 150 días que duró la instrucción en la sumaria, el juez José P. Bilbao Llano, decretó acusación contra: Juan P. Jáuregui, Alfredo Jáuregui, Mariano Mamani, Saturnino Calle, Dolores Jáuregui, Tomasa de Villegas, Rosa Vda. De Ascarrunz y María S. de Jáuregui, que luego se ampliaría a otras más.
LOS HILOS DE LA POLÍTICA
Bautista Saavedra y Hernando Siles
Fotografía extraída del libro «La muerte de Pando y el fusilamiento de Jáuregui», de Mariano Baptista G.
Para comprender cómo es que Bautista Saavedra, líder del Partido Republicano (que había sido fundado en 1915 por Pando junto a otros ilustres de la época), jugó un papel casi protagónico en este hecho, se debe analizar la coyuntura política y social que vivía Bolivia entre aquellos años.
Según el escritor Robert Brockman, en su libro El general y sus presidentes. Vida y muerte de Hans Kundt, “La administración de José Gutiérrez, quien fue sucesor de Ismael Montes, fue conflictiva y acosada por el opositor, y todavía nuevo, Partido Republicano de Bautista Saavedra. En junio de 1917 con Gutiérrez ya como presidente electo del país, pero sin haber jurado todavía, se halló en un barranco el cuerpo sin vida de José Manuel Pando. La oposición llegó al extremo de culpar al propio presidente saliente Ismael Montes de haber planificado el crimen. El asunto terminó salpicando a la administración de Gutiérrez Guerra. Asediado por una oposición intransigente este presidente nunca se libraría de esa sospecha, cuando menos para una parte de la opinión pública paceña.”
Javier Baptista, abuelo de Baptista Gumucio, quien además fue director del periódico La Razón en los años de la muerte de Pando y el fusilamiento de Jáuregui, escribió:
“El asesinato del General Pando. Conocida como era su adhesión a las doctrinas puristas de Salamanca le proporcionó la más feliz coyuntura para tejer la trama de su insaciable ambición al mando. De ahí nació su temeraria acusación de crimen político, envolviendo en ella al presidente de la República, doctor Montes, y al que debía sucederle en el mando don José Gutiérrez Guerra. Comprendía muy bien el señor Saavedra que esta mala semilla enterrada en la mente inculta de nuestro pueblo tenía que fructificar de modo asombroso y en su aprovechamiento personal”
¿Fue entonces Bautista Saavedra quien estuvo moviendo los hilos de la política para salir beneficiado?
En su libro Memorias Juan Peñeranda escribió que Bautista Saavedra había previsto ciertos movimientos políticos y se aprestaba a enfrentar con energía todas las contingencias y vencer los obstáculos que se interpusieran en sus planes. Entre las medidas que tomó figuraba en primer lugar la continuación de la campaña de descrédito al partido más fuerte de la oposición y a varios de sus dirigentes al extremo de que el partido gobernante, el Republicano Socialista, no titubeó en actualizar la acusación lanzada contra el Partido Liberal (Ismael Montes, Moreira y Gutiérrez Guerra, entre otros) de haber participado en el asesinato de Pando.
Vale la pena puntualizar que, cuando los Jáuregui fueron aprehendidos, Bautista Saavedra ofreció sus servicios para ser el abogado defensor de los hermanos.
“Un cadáver conveniente”, dice Espinoza al respecto. Y es que tejer una historia de conspiración sobre el asesinato de un expresidente liberal, fundador del Partido Republicano fue, posiblemente, una de las jugadas más astutas para hacerse de la presidencia, luego de que los liberales hayan permanecido en el poder por más de 20 años.
¿PRENSA CÓMPLICE?
Así anunciaba la muerte de Pando, el periódico «El Tiempo»
Fotografía extraída del portal de internet «NEXOS. Colectivo Cultural Bolivia»
Cuando Humberto Muñoz, director del Periódico “El Tiempo”, tuvo que declarar ante el juez Efraín Chacón, el Juez hizo la siguiente pregunta:
¿Qué explicación daría usted a la justicia sobre las publicaciones hechas por el “El Tiempo”, el año 1917, acerca de la muerte del general Pando, las cuales tendieron a encubrir el crimen, haciendo consentir a la opinión pública de que evidentemente se trataba de un accidente casual y desgraciado?
A esto, Muñoz respondió: La mayoría se inclinaba a aceptar esta hipótesis, puesto que no había elementos para suponer un crimen.
¿Qué hizo entonces que la teoría del crimen vaya ganando cuerpo entre la prensa de la época?
“El periodismo hizo mucho daño”, explica Espinoza cuando hace referencia al escrutinio al que se sometió a la familia Jáuregui, pues, por ejemplo, la madre de Juan y Alfredo, Dolores Jáuregui, la esposa de Néstor Villegas, Tomasa de Villegas y la tía, Rosa Ascarrunz, si bien fueron invisibilizadas por el periodismo, como señala el escritor Wilmer Urrelo, “fueron, además, sometidas a todo el rigor de la ley, solo por la mala suerte de haber estado ahí, aunque ni siquiera participaron en el ocultamiento del cadáver”. Así el juez José Bilbao las halló culpables del hecho y también permanecieron bajo prisión. Durante el encierro sus familiares, hijos y sobrinos sufrieron robos, y amenazas de muerte. En Achocalla y El Kenko se los conocería como los “matapandos”, lo que en definitiva les dejó una herida abierta que fue heredada generación tras generación.
De izq. a der. Rosa Ascarrunz, Dolores Jáuregui y Tomasa de Villegas
Fotos extraída del artículo «Historia de las tres mujeres invisibles» de Wilmer Urrelo
La muerte del expresidente, el proceso judicial y el fusilamiento de Jáuregui, fueron hechos que tuvieron -de manera separada como en conjunto- una fuerte cobertura por parte de la prensa de la época. Tomando en cuenta que en ese tiempo no había televisión, ni redes sociales, muy poca radio, la prensa jugaba un papel capital. De cierto modo alimentó el morbo de la sociedad de la época. Quizás solo así se pueda explicar que al fusilamiento de Alfredo hayan asistido más de 6.000 espectadores, dispuestos a ver morir de una manera cruenta a un ser humano.
Tal vez, como señalaría la directora de la Cinemateca Boliviana, Mela Márquez, sobre este episodio, “la turba o la masa despersonalizada presta a ver un fusilamiento, debe ser una de las cosas más peligrosas”. Es muy probable que esa despersonalización haya sido el resultado del tratamiento periodístico de la época sobre estos sucesos históricos.
EL PROCESO JUDICIAL
Como se explicó con anterioridad, para el juez Rivadeneira no había crimen. Según Pabón, esta sentencia no se ejecutó; fue apelada ante la corte del Distrito de La Paz. El tribunal de segunda instancia, en 9 de agosto de 1920, ordenó reabrirse los debates y previa preparación del caso. El 4 de septiembre del mismo año, tuvo lugar la primera audiencia. En esta audiencia impresionó la palabra de Juan Jáuregui, quien declaró que ha de sindicar a los autores del crimen y posteriormente indica nombres y circunstancias expresando que la victimación al General Pando “es crimen político”.
Seis audiencias se efectuaron y se oyó la reveladora declaración del testigo Abel Iturralde, que llegó a orientar a la justicia y abrió nuevo derrotero para a la averiguación del delito. Cerrados los debates en segunda instancia, la Corte Superior de La Paz resolvió que el juez instructor que intervino en la causa, proceda a la organización de la sumaria que corresponde, contra los sobreseídos.
El sordomudo Pablo Fernández, fue uno de los supuestos testigos del hecho. Por esta misma razón se convertiría en pieza clave para la reconstrucción de los hechos, la cual se llevó a cabo días después de la muerte de Pando. Lo curioso es que, por ejemplo, este «testigo» declaró que el General había sido enterrado por los Jáuregui a los pies de una cruz que existía en el barranco de Huichincalla. No obstante, esa cruz había sido colocada semanas después de haberse hallado el cadáver. Tiempo después los hermanos confesarían que Fernández los ayudó a deshacerse del cuerpo del expresidente. Sin embargo, el indígena nunca pudo ser inculpado debido a su condición.
Según Baptista Gumucio, “en ningún otro juicio de la historia boliviana se pudo reunir tal cantidad de testigos que mentían descaradamente sobre el supuesto crimen de El Kenko, afirmando haber estado allí y dando detalles sobre el grupo de conspiradores. Desde Demetria viuda de Aguirre, conocida como por ser «una de las mayores embusteras de la historia judicial del país», pues ni siquiera estuvo en el lugar de los hechos, pasando por el niño Francisco Mamani que, “encantado de que se lo tomara en cuenta”, contó relatos fantasiosos, hasta llegar al testigo Alberto Medina que incluso aseguró que los Jáuregui, luego de haberle propiciado la muerte a Pando, orinaron sobre su cadáver”, según el historiador boliviano todos estos «testigos» fueron pagados por el Partido Republicano para dar falsos testimonios sobre lo ocurrido en El Kenko.
Demetria viuda de Aguirre, conocida por ser «una de las mayores embusteras de la historia judicial del país»
Fotografía extraída del libro «La muerte de Pando y el fusilamiento de Jáuregui», de Mariano Baptista G.
Además, lo que sorprende de este caso es la extrema parcialidad con la que se manejaron los jueces. Según parte de las audiencias y documentos que se tienen al respecto, la sindicación contra los hallados culpables fue rechazada enérgicamente no solo por la sociedad, sino por el sistema judicial de la época. Claro ejemplo de ello es que se haya denunciado que durante el proceso se extraviaron muchos documentos importantes que servían de descargo a los sindicados.
Por todas estas incriminaciones, sobre todo las de los testigos falsos, sumada a la parcialidad de los operadores de la justicia, los Jáuregui, Néstor Villegas y el telefonista, Simón Choque, cumplieron una condena de 10 años (tiempo que duró el proceso judicial), pues permanecieron privados de libertad en la cárcel de San Pedro, hasta que, finalmente, en 1927, los cuatro serían declarados culpables.
LA SENTENCIA – EL SORTEO – EL FUSILAMIENTO
Cuatro serían hallados culpables tras 10 años de proceso judicial: Los hermanos Jáuregui, Juan y Alfredo, Simón Choque y Néstor Villegas. Según la normativa vigente (Art. 56 del código penal de ese entonces) si por el hecho de asesinato eran condenados a muerte más de tres delincuentes, debían ser sorteados para que fuese fusilado uno solo. Así, el 27 de octubre de 1927 (durante la presidencia de Siles) se realizó el sorteo correspondiente. Paradójicamente la suerte apostó por el menor de los hermanos, Alfredo Jáuregui, quien para el momento del supuesto crimen tenía 16 años. La sentencia fue leída por el juez a cargo del caso: Benedicto Tamayo y con la aprobación del fiscal Luis Uría, confirmada, además, por la exema Corte Superior de Oruro.
Los cuatros «culpables». Arriba izq: Néstor Villegas. Arriba der. Simón Choque
Abajo: Juan y Alfredo Jáuregui
Fotografía extraída del libro «La muerte de Pando y el fusilamiento de Jáuregui», de Mariano Baptista G.
Gastón Velasco, hijo de quien fuese el abogado defensor de los Jáuregui y que acompañó durante el proceso judicial, relató a Baptista Gumucio lo siguiente:
Juan era un hombre totalmente desenvuelto, seguro de lo que decía. En sus largos años de prisión llegó a dominar el derecho penal y era capaz de escribir largos alegatos y leerlos a gritos sin ningún temor ante jueces y fiscales. Alfredo era más reservado y simpático. Yo creo que su condición de cholos los perjudicaba. Pues, en la sociedad racista de ese tiempo, los jueces identificaban automáticamente a los mestizos como delincuentes.
Publicación de El Diario:
La justicia ha emitido el fallo inapelable en el largo juicio contra los procesados por la muerte del General José Manuel Pando. La máxima condena por asesinato es 10 años de prisión y los hermanos Juan y Alfredo Jáuregui, Néstor Villegas y Simón Choque ya la han cumplido. Aguardan ser liberados. Se decide, sin embargo, que se les someta a un sorteo público para que a uno de ellos se le fusile y a los otros se les destierre.
La audiencia se inicia. El juez Tamayo pide a un representante de la prensa que llene en un papel el nombre de los acusados, lo fraccione y que la suerte se encargue del orden para escoger los bolillos de la muerte. Y la suerte decide el fatal orden: Juan Jáuregui, Néstor Villegas, Simón Choque y Alfredo Jáuregui. El fiscal Uría muestra los cuatro bolillos y pide que se compruebe su igualdad: son del mismo tamaño, tres blancos y uno negro.
Juan Jáuregui extrae el primer bolillo, lo aprieta en su mano derecha, gira la cabeza, ignora al público y se retira. El fiscal le ordena que muestre a la multitud el bolillo y así lo hace: es blanco. Néstor avanza torpemente hacia el ánfora. Saca el bolillo y lo muestra: blanco. El público aplaude. Simón choque, firme, introduce la mano en la caja negra y extrae el bolillo, no está preocupado. Levanta el brazo y lo muestra: “Blanco, blanco”, exclama la gente. Se sabe ya quién es el condenado a muerte. El secretario no sabe si llamar al cuarto reo. Alfredo se ve, en último término, obligado a completar el trámite. Un profundo silencio se impone en la sala cuando se levanta de su asiento. Se dirige hacia el ánfora y con una sonrisa triste extrae el fatídico bolo negro. Lo muestra y regresa a ocupar su puesto en el banquillo.
Al día siguiente El Diario informa: La bolilla negra —dolorosa paradoja— ha correspondido al más joven, al que demostró ser verdaderamente inocente, al más bueno, como decía el público angustiado por la extraña fatalidad del caso.
Después de esto, Alfredo Jáuregui solicitó una audiencia con el entonces presidente Hernando Siles, la cual fue concedida y se tiene conocimiento de que duró una hora aproximadamente. Una vez que Jáuregui salió de Palacio Quemado, declaró a la prensa “tener esperanzas”.
Velasco relató a Baptista Gumucio que su padre, Teobaldo Velasco, abogado defensor de los Jáuregui, horas antes del fusilamiento le llevó a Alfredo una sobaquera de whisky, para que se la bebiera camino a su muerte. Alfredo cumplió bebiéndose todo el licor, pues habría llegado “farreado” al lugar donde encontraría su destino fatal.
Momentos antes del fusilamiento
Fotografía extraída del libro «La muerte de Pando y el fusilamiento de Jáuregui», de Mariano Baptista G.
“Dando la espalda a los nevados del Chacaltaya y frente a los ajenos caseríos de El Kenko se levantaba el patíbulo. Un sencillo poste de madera y al pie un asiento de adobes. A ambos lados colgaban unas cuerdas. La sencillez del trágico tablado no sugería idea alguna del drama que momentos después iba a realizarse”
La Razón, 6 de noviembre de 1927
“No soy tan infame como el Tamayo ni como el fiscal Uría. No tengo nada que revelar a la humanidad. Soy inocente. Soy mártir”
Alfredo Jáuregui, antes de morir
Alfredo Jáuregui luego de haber sido fusilado
Fotografía extraída del artículo sobre «El reestreno de El Bolillo Fatal», publicado por Correo del Sur
A las 09:00, el 5 de noviembre de 1927, Alfredo Jáuregui murió ante, aproximadamente, 6.000 espectadores, en la polvorienta planicie del Polígono de la Escuela Militar de Aviación en los Altos de La Paz. El periódico el Diario publicó el 6 de noviembre de 1927 la siguiente crónica:
“Juan Jáuregui avanza, a poca distancia de su hermano Tiene el ceño fruncido y la mirada dura, los labios contraídos y tan secos que pergaminos. Todo el rostro desencajado. Casi juntos, a continuación, penetran Choque, impasible, sin que se le mueva un solo músculo del rostro Villegas con la vista dirigida a suelo. El indígena Calle, llora inconsolablemente. Y así, el grupo cruza el campo hasta delante del patíbulo, acompañado del canónigo Sáenz.
Alfredo Jáuregui viste terno negro, sombrero de igual color, abrigo oscuro con la solapa levantada, un par de polainas (gets), gris claro, cubre el calzado negro. Sostiene en la mano derecha un cigarrillo; la muñeca derecha ceñida con un rosario (…). Jáuregui se ha despojado del abrigo, prenda que recibe el canónigo Sáenz; se saca las polainas, desabotónase el chaleco, desvía hacia un costado la corbata y muestra la blanca pechera de la camisa.
El sentenciado se apoya en el tablón, cruza las piernas, levanta el brazo derecho. La columna de carabineros, con las armas apuntando, cumple con disciplina la voz de mando de su comandante que baja la espada y ordena: ¡Fuego¡ Alfredo repite el Padre Nuestro cuando la mortal descarga destroza su pecho. Un sargento se desprende del pelotón de fusilamiento, y se dispone a disparar el tiro de gracia, pero entonces alguien grita: “No es necesario”. El padre Franciscano Quiroz llega al patíbulo, despoja al muerto de la venda y le acaricia el rostro y los cabellos. Un carabinero suelta las cuerdas y ayudado por otros deposita el cuerpo en la caja mortuoria. Cuatro personas ayudan a colocar el ataúd sobre un camión y pronto es conducido al cementerio de la ciudad.
Según los cronistas de la época, antes de morir, Alfredo maldijo a los que habían conspirado contra él, entre ellos el fiscal Uría y el juez Tamayo, entre otros. Al recibir el impacto de la descarga Alfredo Jáuregui sacudió violentamente la cabeza, provocando que su sombrero negro vuele por los aires, “como si el reo hubiese querido despedirse de la vida como lo hacen los caballeros”.
Descripción de la tumba de Alfredo Jáuregui
Foto: Paola Mejía
Luego del fusilamiento, el 9 de noviembre de 1927, el periódico La Razón señalaba:
Los reos que por el sorteo para sufrir la pena de muerte han quedado condenados a la de 10 años de presidio y 10 de destierro Juan Jáuregui, Néstor Villegas y Simón Choque, han sido trasladados a la sección de remitidos, mientras se resuelva el destierro de los dos primeros. Ayer se cumplió la orden y todos ellos abandonaron sus celdas de la sección de detenidos- El reo Simón Choque, está recluido en el panóptico cinco años y nueve meses. Conforme a las respectivas leyes y de acuerdo con la sentencia los reos Juan Jáuregui Y Néstor Villegas, que ya han cumplido su pena, deberán ser desterrados por igual tiempo.
LA CONFESIÓN
Néstor Villegas, uno de los supuestos implicados y quien al sacar el bolillo blanco se salvó de ser fusilado, le confesó en su lecho de muerte al escritor Ramón Salinas Mariaca:
Una tarde de mucho viento y frío estuvimos con mi señora, su hermana y mis sobrinos en una tiendita que ellos tenían en El Kenko. Estábamos tomando unos piscos para entrar en calor cuando a eso de las 5 de la tarde llegó a la puerta un jinete en un caballo blanco. Era mi compadre el Gral. Pando, salimos a recibirlo y lo invitamos a pasar. El general sacó de sus alforjas una botella de pisco de Luribay y me entregó para tomarla e ingresó con nosotros a la tienda. Le servimos un café tinto y luego charlamos y recordamos algunas cosas. Él insistía en irse, pero nosotros le hicimos ver que estaba a punto de nevar. Le insistimos que se quedase. En eso salió mi esposa y le dijo que tenía listo un caldo de cordero. Mi compadre se sacó nuevamente la bufanda y se preparaba para sentarse cuando nos sorprendió, vimos que blanqueaba los ojos. Se ponía rígido y tieso y sin hablarnos cayó al suelo.
Mariaca retrató en su libro Vida y muerte de Pando la confesión de Villegas en la que éste detalló cómo luego de ver al Gral. José Manuel Pando sin vida, asustados llamaron a algunos vecinos y tomaron la decisión de deshacerse del cuerpo tirándolo a un barranco entre el Kenko y Achocalla con el fin de no verse implicados en su muerte.
EL BOLILLO FATAL
Como señala el fundador de la Cinemateca Boliviana y escritor boliviano, Pedro Susz, en su libro sobre cine silente, dos películas se encargarían de retratar el fusilamiento de Jáuregui: La sombría tragedia del Kenko de Arturo Posnansky y El bolillo fatal de Luis Castillo.
Este último, un director cinematográfico, considerado uno de los fundadores del cine boliviano y que se empeñó en mostrar varias facetas de la realidad boliviana, filmó el 5 de noviembre de 1927 el cortometraje El bolillo fatal o El emblema de la muerte, día en el que fue fusilado Alfredo Jáuregui. La película muestra una variedad de escenas, como la lectura de la sentencia, el fusilamiento de Jáuregui en el Kenko y las instalaciones de la cárcel de San Pedro.
El cineasta Luis Castillo, uno de los fundadores del cine boliviano
Fotografía extraída del blog de Elías Blanco Mamani «Diccionario Cultural Boliviano».
“Cuando uno ve la película, ve cómo Alfredo Jáuregui se sentía realmente protagonista de ese filme. El cómo se vestía, muy parecido a Carlos Gardel, sus muecas y demás, no parecían ser los movimientos de una persona condenada a muerte”, relata Mela Márquez, la directora de la Cinemateca Boliviana. “Si me lo hubieran contado no lo hubiera creído, pero al ver ese documento te das cuenta cuán loca puede llegar a ser la realidad”, sentencia.
La primera exhibición fue el 5 de diciembre en el cine Princesa, pero la función no pudo concluir debido a que Castillo fue detenido. Finalmente, pese a las detenciones que se le hizo y al intento arduo de que la película no se estrenara, el cortometraje logró exhibirse, por segunda vez el miércoles 28 de diciembre de 1927, en el cine París.
Paradójicamente sería su película más importante y también la última. Poco después del segundo estreno, la película fue censurada definitivamente por la prensa y la cinta de 35 milímetros en soporte de nitrato permaneció perdida por casi 85 años. Luis del Castillo, tras este “fracaso cinematográfico” abandonó la realización de cine y terminó sus días en la pobreza.
CRÓNICA DE UN HALLAZGO Y UNA RESTAURACIÓN
En marzo de 2012, en el excine Bolívar, hoy un centro comercial ubicado en pleno Prado paceño, se encontró una copia de “El Bolillo Fatal”, de Luis Castillo. En el marco de la realización del Proyecto “Imágenes de Bolivia” que buscaba el rescate, catálogo y preservación de archivos fílmicos, custodiados en la Cinemateca, pero además hacer una campaña para recuperar nuevos materiales, se hizo este inédito hallazgo como parte de una donación que realizó Fernando Guerra, quien tenía material fílmico en el excine, del que era propietario.
Carolina Cappa, investigadora del Archivo Fílmico de la FCB, junto a María Domínguez descubrieron la cinta. «La familia Guerra nos donó el material que había en el viejo cine Bolívar, de La Paz, que ahora se ha transformado en un comercio. La mayoría eran películas internacionales, pero encontramos este viejo rollo en soporte nitrato que no tenía nombre ni detalles», comentó Cappa, según señala un artículo de prensa.
La cinta hallada en el excine Bolívar
Fotografía extraída del artículo redactado por la BBC News sobre el hallazgo del filme
Al revisar el material en el laboratorio vieron de que se trataba de la última producción que filmó Luis Castillo, periodista gráfico y camarógrafo que filmó cortometrajes y documentales sobre situaciones cotidianas de la época. El filme estaba muy deteriorado para reproducirlo, pero Cappa logró digitalizar algunas imágenes y armó una secuencia de pocos minutos.
Al respecto Susz puntualizó que “el cortometraje de Castillo fue censurado y duramente criticado por la prensa de la época, pues se temía que en el exterior se viera cómo funcionaba la justicia boliviana». Técnicos de la filmoteca de la Universidad Nacional Autónoma de México, bajo la guía de Francisco Gaytán se encargaron de la restauración total del filme. Finalmente, en julio de 2015 el filme corto fue relanzado y reestrenado en el marco de las actividades por el aniversario de la Cinemateca Boliviana.
¿Y POSNANSKY?
“Durante todo el tiempo que duró la sentencia dos operadores cinematográficos ocúpanse de filmar diversas escenas. El primero de aquellos, Arturo Posnansky, fue el único que pudo flanquear la puerta de capilla para filmar dentro de ella el instante el que Jáuregui se hallaba consternado ante la santa imagen. Esta diferencia como lógico en suponerlo fue criticada por los representantes de la prensa que inútilmente trataban de ingresar a la capilla”
El Diario, 5 de noviembre de 1927
El 14 de diciembre de 1927 Posnansky presentó su película a los periodistas, siendo merecedor del siguiente comentario por parte del periódico El Norte:
“La empresa cinematográfica cuya propiedad tiene el Sr. Posnansky, hizo una exhibición privada de la película que reproduce el proceso de Pando, desde la ejecución del crimen, hasta el fusilamiento de Jáuregui. Contiene esta película muy interesantes vistas panorámicas y mucha claridad y nitidez en todos sus cuadros. Comienza con una reconstrucción de las diversas escenas del asesinato del benemérito general, tomadas siguiendo las apreciaciones bastante fantásticas de algunos considerandos de la sentencia y concluye con la realidad de la ejecución de Alfredo Jáuregui. A la vista de la película, tomada con cuidado y minuciosidad, se confirma el carácter espectacular y hasta cierto punto inhumano que he tenido la ejecución capital del reo. En todo se nota algo que, si no hubiéramos presenciado la ejecución de Jáuregui, nos haría suponer que se trata de un drama imaginario desarrollado en la sala de un estudio cinematográfico”.
Susz explica que La sombría tragedia del Kenko fue un mediometraje que constaba de, por lo menos, cinco rollos en soporte nitrato. Hasta estos días, lamentablemente, el paradero de aquella cinta es desconocido. Es más, ni siquiera los guiones del filme han podido ser rescatados.
MENSAJE FINAL
Este reportaje multimedia contiene tan solo una parte de la investigación, pues abarca muchos puntos a considerar que deben ser necesariamente tratados por separado para entenderlos a cabalidad. Lo que sí, más allá de la cantidad de implicados o de hojas de audiencia, estos sucesos son una clara fotografía de todas las problemáticas del país. Para ese entonces Bolivia había cumplido 100 años de vida independiente (1925) y ya se podía observar con claridad: fallas en el sistema judicial, corrupción, intereses políticos, centralismo, racismo, entre otras.
Bolivia, para aquellos años, ya tenía heridas profundas, heridas que hoy son gangrena. Las heridas de antes estaban a tiempo de curarse, pero analizando la coyuntura pareciera ser que en la actualidad esas causas fallidas no tienen ninguna solución, ni siquiera con la amputación.
Tal vez mi mirada es profundamente negativa, pero entonces:
¿Cuándo haremos algo al respecto?
«Un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla»
Napoleón Bonaparte