El periodista Juan Eduardo Araos Chaparro es participante de la Maestría en Periodismo de la Fundación para el Periodismo. Esta nota corresponde a su trabajo final en el Diplomado en Redacción y Edición de Textos y Noticias.
Tratar de alzar las pesas que levanta Leónidas Angulo Torres cuando se ejercita en el gimnasio no es una tarea sencilla, y para muchos, imposible. Los 120 kilos con los que suele trabajar sus pectorales o los 220 con los que fortalece sus piernas pueden aplastar a cualquiera. Incluso quienes llevan tiempo en la práctica saben que esos pesos no son ligeros. El detalle es que don Leo, como lo llaman, no es un joven en plena etapa de competición, al contrario, él tiene 72 años.
Cada lunes, miércoles y viernes se le ve entrenar hasta pasado el mediodía en el gimnasio No Limits del casco viejo paceño, mientras él levanta pesos descomunales para su edad, su esposa Graciela Aedo, un año menor que él, alza lo mínimo. Sus buzos plomos son inconfundibles.
Entre descanso y descanso, él se acerca, asesora a su compañera y saluda a cuantas personas estén por ahí. Se lo ve radiante, más joven, más grande.
Por su actitud, el peso que levanta, su piel tersa y su apretón fuerte de manos, cuesta adivinar a primera vista que Leónidas tiene más de siete décadas. Su paso pausado y su cabello gris, sin embargo, delatan en algo su edad.
El gimnasio es su ambiente. Cuando alza kilos y kilos su mirada cobra un brillo especial, y si aconseja a los más jóvenes, parece rejuvenecer. Vuelve a vivir sus años gloriosos cuando cosechó títulos nacionales e internacionales. Algo similar ocurrió cuando fue entrevistado un domingo en la plaza Murillo, luego de salir del oficio religioso de su congregación cristiana, ubicada en la calle Comercio.
Vestía jeans, camisa y chaqueta clara. Era uno de los tantos adultos mayores que ese día soleado caminaba por la peatonal para luego descansar en alguno de los bancos de la plaza principal de La Paz.
Sin embargo, cuando comenzó a charlar sobre su vida deportiva, todo cambió. Se volvió más alto (mide 1,70 metros) y su espalda más ancha. Su mirada se llenó de brillo. Los recuerdos afloraron, como si todo hubiera ocurrido ayer.
Del fútbol al gimnasio
Comenzó a entrenar «fierros” cuando tenía 16 años. Fue en Antofagasta, Chile, hasta donde había llegado buscando mejores horizontes laborales luego de trabajar en el coche comedor del ferrocarril que conectaba Bolivia con el norte chileno. Vivió en la ciudad norteña hasta sus 27.
«Yo era futbolista y jugaba en la población Oriente en Antofagasta. Pero había días que los compañeros no iban o había que esperarlos. Entonces dije, voy a hacer un deporte que no dependa de nadie. Por eso me fui a entrenar al gimnasio York, en la calle Washington (en pleno centro antofagastino)”.
Arrancó en el fisicoculturismo y luego pasó al levantamiento olímpico. «En el gimnasio había un grupo de levantadores que hacían levantamientos olímpicos y que decían que los fisicoculturistas éramos narcisos. Y nos decían ‘vengan a entrenar aquí, háganse hombres’ (…). Para mí era muy pesado, pero de a poco entré y con los años yo levantaba más que ellos”.
Tras un año de entrenamiento se sentía fuerte, preparado y compitió en un torneo realizado en Chuquicamata, en la segunda región chilena. Salió cuarto.
«Yo me sentía muy fuerte, me creía muy bueno, pero no había sido así. Después de la competición me dijeron lo que tenía que hacer, la técnica, cargar (peso) de esta manera, alimentarse de esta manera”.
Aprendió las mañas y fue imbatible. Al año siguiente viajó hasta Punta Arenas, en el extremo sur, y consiguió su primer título nacional.
Paralelamente lo laboral fue mejorando. Pasó de ayudante de bar, a barman y finalmente a encargado del ahora desaparecido Club Helénico. Allí conoció a quien sería su esposa. Se casó a los 20. El matrimonio tiene cinco hijos y 14 nietos.
A sus 27 años, Leonidas, ya un hombre de familia, retornó a Cochabamba, ciudad donde había pasado su infancia.
«Cuando llegué fui a varios gimnasios y se estaba realizando el campeonato nacional de olímpicos (levantamiento olímpico), pero no me dejaron competir porque me dijeron que era chileno, seguramente hablaba como chileno”. Con el tiempo empezó a ser conocido. Su técnica y fuerza no pasaron desapercibidas y formó parte del equipo valluno.
«Al otro año me metí al campeonato nacional y salí campeón en Santa Cruz, Cochabamba, Oruro, Donde iba salía campeón nacional”.
Seducido por la potencia
Su esfuerzo fue recompensado. En 1976 formó parte del grupo de atletas bolivianos seleccionados para representar al país en los octavos Juegos Deportivos Bolivarianos de 1977.
Eran los primeros juegos que se realizaban en Bolivia y el general Hugo Banzer, presidente de facto, se propuso que el país consiguiera buenos resultados. Por eso se contrató a varios entrenadores extranjeros y los deportistas se concentraron en La Paz con meses de anticipación. Angulo era una de las cartas en levantamiento olímpico; sin embargo, el destino le tenía deparado otro futuro.
Un mes antes de la justa internacional se lesionó el tendón de una de las muñecas y quedó afuera del equipo. Luego de un tiempo de recuperación y aún con molestias volvió a los entrenamientos, pero esta vez dedicado a hacer variaciones en su preparación.
«Seguí entrenando, hacía press de banca (ejercicio de pectorales en el que el deportista se echa sobre un banco y se lleva la pesa hacia el pecho y luego la sube), porque la muñeca no se mueve como en el levantamiento olímpico”.
De esta manera llegó a lo que sería su gran pasión: el levantamiento de potencia, donde lo que realmente vale es la fuerza bruta del competidor.
«Ahí descubrí que tenía fuerza, porque no hay mañana para potencia, si te aplasta la pesa tienes que levantar con pura fuerza”.
Día que pasaba, mejoraba. Pesaba 75 kilos y ya levantaba 160 en press de banca (una persona sin preparación suele comenzar con 20 kilos y si alguien ya entrenado alza 100 se le puede considerar como un tipo fuerte). En 1977 salió campeón en el torneo sudamericano realizado en La Paz. Repitió el logro dos años después, en el sudamericano de Brasil, cuando registró 180 kilos en banca y 250 en sentadilla. Esta vez compitió en una categoría superior, la división ligero pesado (entre 82,500 hasta 90 kilogramos). Meses después quedó segundo en el panamericano de Texas, fue «mi mejor logro”, dice orgulloso.
El gimnasio lo es todo
Con más de 40 años, el cuerpo ya no respondía igual y cada vez era más difícil ganar fuerza. Llegó el momento en el que tuvo que tomar una decisión importante en su vida: dejar la alta competición.
«Fue el 85 en un sudamericano de Argentina. Yo siempre iba a los campeonatos a ganar el primer lugar, no para relleno. Siempre había un peruano y un brasileño con los cuales me enfrentaba y les ganaba, pero en ese torneo de Argentina apareció otro brasileño, un mastodonte que entrenaba en Estados Unidos”.
«Ése me ganó. Yo tenía más de 40 años. Hice 680 kilos (se suma el peso levantado en press de banca, peso muerto -alzar las pesas de pie sólo doblando la espalda- y luego la sentadilla) y él sumó 710, me ganó con 30 kilos”. Cuando decidió alejarse de la competición internacional, lloró. «Era toda mi vida y mi esposa me decía que iba a seguir yendo a entrenar y yo le decía que sí, pero ya no iba a competir”.
«Cuando uno llega a ese nivel es difícil subir, uno puede subir dos kilos entrenando todo el año (…) además el cuerpo va envejeciendo. Y dije: a este brasileño nunca le voy a ganar, además que era más joven”.
Se repuso y siguió en el gimnasio, pero esta vez para mantener el estado físico. Dejó de comer doble todos los días y su dieta se volvió normal. «Antes comía dos sopas, dos segundos, y tomaba batidos en la mañana”. Actualmente su debilidad son los dulces y los picantes y evita las comidas grasosas, por el colesterol. Desde hace 30 años que, dice, no prueba una gota de alcohol.
Con el paso de los años perdió musculatura y peso. Una foto suya en blanco y negro, colgada frente a la recepción del No Limits, muestra el coloso que era cuando competía de joven. Sin embargo, ahora con 82 kilos, sus bíceps aún aprietan las mangas de sus poleras, su pecho, hombros y espalda se mantienen anchos y su abdomen, plano.
Va los lunes, miércoles y viernes a entrenar. Así deja descansar el cuerpo. «Si se machuca todos los días, se atrofia y no conviene”, dice con la seguridad de la experiencia de un deportista de alto nivel.
¿Qué siente ahora cuando va el gimnasio? Pregunta el periodista. Leonidas no duda en la respuesta: «Ahí me siento bien, salgo como nuevo, es mi vida. Hace 56 años que hago pesas, toda mi vida he hecho pesas, entonces si no vengo un día es como si algo me faltara”.
Mientras habla el rostro se le ilumina, las pocas arrugas desaparecen y su voz se vuelve más potente y gruesa.
¿Y hasta cuándo será así? Consulta el reportero. «Voy a seguir hasta que no pueda más”, dice, mientras su mirada cobra un toque melancólico. «Para mí el deporte es todo”.
Don Leónidas
Hoja de vida Leonidas Angulo Torres nació el 19 de abril de 1943 en el norte de Potosí en una hacienda de Arampampa, pero pasó su infancia y adolescencia en Cochabamba.
Su padre Manuel Angulo, tenía más de 80 años cuando se casó con Eugenia Torres, de 25. Fruto de esa unión nacieron Hipólito y Leonidas.
Familia Don Leo y su esposa Graciela tienen cinco hijos: Nicky (ginecóloga), Rafael (otorrino), Leonard (traumatólogo), Eugenia (administradora de empresas) y Fernando (eco).