¿Cómo construir un macho?
Silvia Vaca Tereba
Se dice que las distintas expresiones y relaciones de poder son inculcadas por la propia mujer y sostenidas por el hombre por enseñanza histórica.
Se puede afirmar que las expresiones del machismo en la cultura doméstica, empiezan desde la cuna. Desde que el niño nace, e incluso antes de nacer, una vez conocido el sexo, las madres empiezan a implementar un género con los colores de las prendas de vestir, continua con la elección de los juguetes, los cuales, según la familia, empiezan a construir su identidad.
A las niñas se les enseña que, si no saben hacer las tareas del hogar (como barrer, cocinar, lavar la ropa y los platos), no habrá hombre que las quiera. Se induce a las niñas, no a jugar a «ser mujeres» sino a jugar a «ser madres», proveyéndoles de los implementos necesarios, como las muñecas, ollitas y planchas diminutas, que les permitirá desempeñar el papel que se les tiene asignado como el de amas de casa, esposas y madres.
En cambio, a los niños no se les obliga a aprender ni realizar los quehaceres del hogar, pues no es del todo obligatorio que los hagan según la crianza impuesta, ya habrá mujeres que las realicen por ellos.
Los niños juegan a ver quién es el más fuerte y audaz, en su mundo; quién es el más hábil y valiente; el más capaz de desafiar las normas establecidas y salirse con la suya. Es decir, aprenden a jugar a «ser hombres» y se supone que todo ello afianza la masculinidad tal como nuestra sociedad la percibe.
Las niñas y niños aprenden desde muy temprana edad, que «el mundo de la mujer es la casa y la casa del hombre es el mundo».
En la adolescencia, se le enseña al hombre que, para demostrar su hombría, debe mantener relaciones sexuales y mejor si es con distintas mujeres.
Esto sin enseñarle ninguna responsabilidad sobre sus actos. No es juzgado tan abiertamente por no utilizar o negarse a utilizar correctamente el condón, puesto que, por ser hombre puede establecer relaciones sexuales con quien mejor le parezca, sin tomar ninguna precaución.
En la juventud, se impone al hombre un modelo donde los oficios u profesiones se etiquetan de exclusivos para hombres. Donde los paradigmas del machismo impuesto desde la cuna se han arraigado de tal forma, que romper con ello se convierte en una carga muy difícil de manejar.
En la adultez, cuando el hombre se convierte en padre (aunque esto no es necesariamente así, pues el hombre puede biológicamente ser padre sin ejercer la paternidad), el modelo del machismo se vuelve a reproducir.
La forma de convivencia familiar, afecta la conducta del niño. Por ejemplo, si la mujer es agredida física, psicológica, sexual y económicamente por su pareja, en presencia del niño, estas demostraciones de poder se graban en el subconsciente del niño, legitimando la futura reproducción de la violencia doméstica.
En otras palabras, si mostramos que la violencia forma parte del contexto familiar, el niño aprenderá que la forma de convivencia o de solucionar los problemas es a través del ejercicio de la violencia.
También puede darse la reproducción de violencia doméstica a la inversa, donde las mujeres son las agresoras y violentan al padre. Los hijos aprenderán esta conducta y la reproducirán en el futuro, ocasionando abruptas consecuencias a las nuevas generaciones.
Según Gorin (2004), citado en El impacto de la violencia machista y procesos de recuperación en la infancia y la adolescencia, en las madres y en las relaciones maternofiliales, ser testigo o víctima de violencia puede tener efectos emocionales a largo plazo en los niños y niñas, afectando la habilidad para crear y mantener relaciones, la autoestima, la autoconfianza y la estabilidad, los proyectos formativos y profesionales.
Mullender et al. (2002) encontraron en general pocos niños y niñas que imitando la conducta del padre, más bien eran sensibles y protectores con la madre. En cambio, en una encuesta a niños y niñas de población general administrada en las escuelas, el alumnado opinaba que el impacto se da cuando los niños y niñas son mayores, que es entonces cuando pueden convertirse en maltratadores con una idea de transmisión intergeneracional del abuso. De este hecho no son conscientes mientras son menores de edad.[1]
Asimismo, la madre puede enseñar a los hijos distintas formas prejuiciosas de referirse hacia otras mujeres en cuanto a su forma de vestir, caminar, hablar, arreglo personal, entre otros. Estas formas prejuiciosas reproducirán los hijos, menospreciando la individualidad de cada persona.
Se dice que las distintas expresiones y relaciones de poder son inculcadas por la propia mujer y sostenidas por el hombre por enseñanza histórica.
Por ejemplo, mientras nuestros hijos son niños, les permitimos manifestar ciertas expresiones como ternura, cariño, tristeza o dolor; pero llegada cierta edad, a los varones les decimos que deben ser fuertes, que los hombres no deben llorar, que deben ser audaces y agresivos.
En cambio, a las niñas les enseñamos que deben reprimir las manifestaciones de agresividad, de ira y de rebeldía porque si no se las considera como marimachos, o que son malas.
Mentalizamos a las niñas para expresar ternura, pasividad y sufrimiento. Es así como construimos la mujer «víctima», sufrida, abnegada, desprovista de valor y a la madre con expresiones de tristeza y dolor.
Nos olvidamos que los hombres están formados por los mismos órganos y tejidos, que el corazón tiene la misma función que el de las mujeres.
En entrevista realizada por BBC Mundo, la psicoterapeuta mexicana Marina Castañeda, en fecha 17 octubre 2017, manifestó que hay estudios que demuestran que las madres amamantan más a los bebés varones que a las niñas. Y eso está inscrito en el lenguaje común. Se le dice al hermano hombre: «Cuida a tu hermana», y a la niña se le dice: «atiende a tu hermano».
Los hombres tienen que demostrar en todo momento y en todo lugar que son muy hombres. En esa necesidad, en ese esfuerzo extra, radica lo que llamamos machismo.
Sobre la pregunta ¿cuáles serían tres tips para crear un macho?, la psicoterapeuta dice: «Uno, es hacerle sentir que es el rey del mundo. Dos, darle a entender que las mujeres que lo rodean están allí para atenderlo. Tercero, educar a los niños y a las niñas de una manera muy distinta».
Elaboración:Eva Lobatón en el libro titulado El machismo ilustrado.
[1]http://ajuntament.barcelona.cat/dretssocials/sites/default/files/arxius-documents/impacte_violencia_masclista_es.pdf